lunes, 5 de julio de 2010

setenta y tres


"La montaña es así. Se hace respetar. Pide el tributo de un esfuerzo y un sudor que muchas personas juzgan excesivo. Pero, cuando entrega su encanto, cualquier coste se considera una ganancia."
(Antoni M. Casas)

foto: estany de Juclar (Andorra)

Mónaco








Nada más apearnos en la estación de tren, bajo la bóveda de miríadas de lucetitas del pulcro andén, intuimos que nos aguarda un Principado donde la sofistificación está a flor de piel. Un largo pasillo de paredes de mármol y rótulos luminosos que muestran las mejores imágenes de la ciudad nos deposita en el exterior. De seguida topamos con jardineras, calles que parecen recién asfaltadas y una serie de ascensores gratuitos que permiten salvar notables desniveles con suma facilidad.
Sin embargo, cuando conseguimos obtener una vista general de la ciudad la decepción se hace bien patente: bloques y más bloques de viviendas remontando las empinadas laderas desde primera línea del mar hasta montaña arriba. <>, exclamamos ante una perspectiva aparentemente caótica y excesivamente urbanizada.
No obstante, una vez acostumbradas nuestras retinas a esta primera impactante imagen, vamos reconociendo que el segundo país más pequeño del mundo después del Vaticano es una caja de sorpresas, y que no está de más observar el glamour que rezuma en cada una de sus esquinas pese a que nosotros ni de lejos pertenecemos a esas privilegiadas castas sociales.
El casco antiguo es un abigarrado núcleo medieval de viviendas color pastel que desemboca en el Palais du Prince, donde cada día tiene lugar el vistoso cambio de guardia. A pocos pasos se encuentra la catedral, bello conjunto romanico-bizantino y lugar de reposo eterno de Grace Kelly y el príncipe Rainiero III, cuyas lápidas siempre están adornadas con flores frescas. Siguiendo la avenue St-Martin damos con el fabuloso Museo Oceanográfico, elevado sobre unos acantilados y que cuenta con una variadísima fauna marina.
En la Condamine ya se adivina que aquí el dinero corre en grandes cantidades, a juzgar por los yates atracados en el puerto, cuyas matriculaciones corresponden a las islas Bahamas, Cayman... El trazado del Gran Premio de Fórmula 1 y su famoso túnel nos lleva al suntuoso Casino de Montecarlo y sus cuidados jardines; ni qué decir tiene que por aquí desfila toda una suerte de vehículos de alta gama. Tampoco faltan los hoteleles de lujo y las joyerías más selectas. Todo muy bonito, pero obsceno y vergonzoso diría yo cuando pienso en la miseria que corre en la mayor parte del mundo.