martes, 17 de agosto de 2010

Setenta y cuatro


"La vida consiste no en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene."
(Josh Billings)

foto: barrio antiguo (Oporto)

Bretaña (II)







Una vez más regresamos a esta tierra azotada por los temporales atlánticos, al país de las hadas y las leyendas medievales. Por el bosque de Brocéliande anduvo el rey Arturo con su espada Excalibur, o al menos eso cuentan las historias celtas. En cualquier caso, es fácil dejar volar la imaginación al pie de castillos de aguzados torreones e imponentes murallas, como el de Josselin. Y como no, embriagarse de un mar violento que se obstina en estrellarse una y otra vez contra la accidentada costa salpicada de estratégicos faros.
Así es Bretaña, misteriosa en su interior y con alma profundamente marinera en su litoral de granito. Con carácter propio porque así lo dispuso la historia y porque el bretón -lengua complicada y muy extendida- nada tiene que ver con el dulcificado francés. Las tribus neolíticas dejaron su impronta en forma de menhires y dólmenes; luego llegaron los celtas y más tarde la conquista romana a las órdenes de Julio César. A estos últimos les sucedieron los barbáros y sus célebres saqueos y destrucciones. A finales del siglo IV desembarcan los celtas de la actual Gran Bretaña y más tarde el terror de los normandos. Tras un periodo de prosperidad llega la definitiva anexión a Francia en 1532.
En esta ocasión recorremos toda la costa sur, desde Quimper hasta Nantes, y parte del boscoso interior. En realidad, hemos venido hasta aquí siguiendo toda una estela de búnkers y fortificaciones que erigieron los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo una base de submarinos en St-Nazaire, pero sin obviar las numerosas poblaciones medievales que van saliendo a nuestro paso.