martes, 22 de marzo de 2011

Ochenta


"La fama es un efluvio; la popularidad, un accidente; las riquezas, efímeras. Sólo una cosa perdura: el carácter."
(Horace Greely)

foto: Miau... (Alt Urgell)

Madeira










Mientras el avión perdía altura y se preparaba para las maniobras de aterrizaje, sobrevolábamos una estrecha franja de tierra rodeada de mar por tres de sus cuatro vertientes. La agreste Ponta de Sao Lourenço nos daba la bienvenida a Madeira con sus islotes volcánicos y acantilados de vértigo. Más allá aparecían las misteriosas Ilhas Desertas.
Desde Funchal a Caniçal se nos descubre una costa en exceso urbanizada, una sucesión de casitas de planta baja con tejas rojas, lo mismo a nivel del mar que montaña arriba. Viendo este paisaje alterado por la mano del hombre no es de extrañar los estragos que causó el terrible temporal del invierno pasado: sólo tres horas de intensa lluvia bastaron para llevarse la vida de más de cuarenta personas y que las aguas montadas en cólera destrozaran todo lo que encontraban a su paso.
El bus nos deposita en Baía d´Abra, allí donde la carretera finaliza, a cinco kilómetros de Caniçal. Unos pocos pasos y ya se nos despliega un majestuoso escenario marino capaz de estremecernos. A primera hora de la mañana unos nubarrones sombríos se ciernen sobre el cresterío de la península, el agitado mar adquiere unas sobrecogedoras tonalidades oscuras y un viento racheado y brusco nos recuerda nuestra insignificante pequeñez en esta abrupta tierra moldeada por la fuerza de los elementos. Más tarde, con la imposición de un sol abrasador y un cielo azul y diáfano, el paisaje es igual de salvaje pero ya dulcificado y más humano por la gracia de un dia benigno.
Caminamos sobre un brazo montañoso y pelado, sin árboles y de vegetación rala, donde al borde de los imponente acantilados crecen margaritas. Tan popular es este recorrido que en muchos tramos del sendero hay cables de seguridad incluso allí donde una caída no tiene mayores consecuencias. La trocha conduce directamente en varias ocasiones a unos puntos elevados sobre precipicios desde donde se obtienen unas vistas fantásticas. Ante nosotros se expande toda una suerte de farallones e islotes vertiginosos donde rompe un mar que nunca está del todo sereno.
Así es todo el camino, soberbio y muy fotogénico, digno de ser retenido en nuestras retinas por mucho tiempo. Llegamos a un lugar donde el itinerario se estrecha tanto que en ambos lados han tendido cables de acero para evitar posibles accidentes (aquí es acertada esta medida, pues la fuerza del viento puede jugar una mala pasada); se trata de una especie de largo puente rocoso de escasa amplitud. La Naturaleza muestra su obra más creativa; nadie como ella para esculpir con maestría y dedicación.
Son muchos los que finalizan la excursión bajo las contadas palmeras que rodean la Casa do Sardinha; una verdadera lástima, pues merece la pena subir a la doble cumbre del Pico do Furado para conseguir una magnífica panorámica de la Ilhéu do Farol -donde hay un faro-, la isla de Porto Santo y las Ilhas Desertas. ¡Qué pasaje! ¡Qué momentos únicos que se viven en esta península volcánica!