martes, 5 de abril de 2011

Ochenta y uno


"Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo realidad."
(Julio Verne)

foto: Noto (Sicilia)

Tierra del Fuego







El mero hecho de pronunciar Tierra del Fuego ya produce un hormigueo de pies a cabeza. Tierra del Fuego equivale a emoción desbocada, a libertad sin límites, a aventura en estado puro, a grandes espacios, a territorio salvaje, a última frontera...
Nuestras andanzas por el extremo más meridional del continente americano comienzan en Ushuaia, para al cabo de un par de días adentrarnos en el Parque Nacional Tierra del Fuego y más tarde en las montañas que rodean la ciudad.
Nos movemos entre bosques subantárticos de cohíues y lengas a la vera del mar, y cordilleras que reciben los azotes de un viento surgido del mismísimo Polo Sur. No en vano, el clima se nos presenta de lo más impredecible: puede amanecer diluviando para que a medio día se imponga un cálido sol y rato después nos sorprenda una ventisca de nieve.
Llegar a Ushuaia ya ha supuesto todo un triunfo, pues nos hemos tragado un viaje de treinta y seis horas desde Buenos Aires a Río Gallegos y luego un vuelo muy movidito por la furia del céfiro hasta la capital fueguina. Era la manera que deseábamos alcanzar el llamado Fin del Mundo, con sabia paciencia, con miles de kilómetros de la Ruta 3 por delante, saboreando el monótono e interminable sur de Argentina sin prisas. Y la meta, el premio merecido, ha sido arribar a esa legendaria población nacida de un infrahumano presidio, a la ciudad más austral del planeta.
Todo lo que envuelve a Tierra del Fuego es mítico y se presta a la mejor literatura de viajes. Canal Beagle, Cordillera Darwin, Isla Navarino, Cabo de Hornos, Monte Olivia, Estrecho de Magallanes, Capitán Fitzroy, Paso del Hambre, los indios Onas... Cada nombre es sinónimo de coraje, de incertidumbre, de geografia difícil y peligrosa, de la historia escrita con letras mayúsculas, de tenacidad, sufrimiento y asombro por lo descubierto. Por eso hemos venido hasta aquí, para vivir una de las páginas más intensas de nuestra vida. Y lo hacemos metiéndonos de lleno en el corazón de la Naturaleza, allí donde todavía es posible sentirse vulnerable y a merced de un clima tan crudo como caprichoso.
Tierra del Fuego enriquece el espíritu y alimenta aún más las ansias de aventura. Y esta tierra, donde ya no crepita el fuego de unas tribus exterminadas para siempre, consigue que evoque al niño que fui, soñador e inquieto, mal estudiante porque las aulas me parecían más terribles que el viejo penal de Ushuaia.