viernes, 16 de noviembre de 2012

Noventa y ocho

"La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla."
(Jorge Santayana)

foto: curva (Alt Urgell)

(continuación fotos Bolivia - III)






Bolivia (III)

El extremo sur de Bolivia semeja una imagen arrancada de una película del Lejano Oeste. Nada tiene que envidiar al Far West norteamericano, con sus indios, vaqueros y todas las leyendas que ello conlleva. Recorrer esta zona ya supone un notable esfuerzo si, como en nuestro caso, se viaja por carretera, puesto que la ruta queda obstaculizada por bancos de arena unas veces y otras por ríos que hay que vadear. Las curvas son infinitas y se han de superar collados que superan los cuatro mil metros de altitud. Es cierto que se puede tomar el tren, el denominado Wara Wara del Sur, pero eso equivale a perderse buena parte del espectacular paisaje que se obtiene desde la carretera.
   Puro desierto es lo que nos encontramos: parajes yermos salpicados de enhiestos cactus, rocas de formas inverosímiles esculpidas por la lenta erosión, ríos menguados por tratarse de la temporada seca y que transcurren por amplios y pedregosos cauces, verticales cerros a punto de desmoronarse por la fragilidad de sus laderas, esporádicas aldeas de fachadas adobe y tejados de paja brava...
   Tanta es la similitud que tiene con el Lejano Oeste que aquí cometieron fechorías dos forajidos de leyenda: Butch Cassidy y Sundance Kid. Finalmente, fueron abatidos a manos de la policía en San Vicente, a cien kilómetros de Tupiza. Esa es la versión oficial, porque las malas lenguas dicen que disfrutaron de una vejez espléndida en su patria.



   El centro neurálgico de esta apartada zona es Tupiza (23.000 habitantes), de clima eternamente primaveral y situada a los pies del abrupto Cerro Colorado. Aunque no posee demasiados atractivos turísticos, se diferencia de otras localidades del país en que aquí reina la limpieza y las calles asfaltadas. Así mismo, es un buen lugar desde donde descubrir las numerosas y espectaculares quebradas de los alrededores. Angostos desfiladeros aguardan al viajero en un cautivador escenario tan inhóspito como majestuoso.

lunes, 1 de octubre de 2012

Noventa y siete

"Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde."
(Sir Francis Bacon)

foto: aguas turbulentas (rio Valira, Alt Urgell)

Bolivia (IV)

Los fuertes vientos cordilleranos son portadores de densas nubes de polvo que cubren por entero Oruro, una afeada ciudad de 260.000 habitantes situada en pleno altiplano. No hay mucho que ver, a excepción de unos buenos museos antropológicos y un par o tres de iglesias coloniales.
Por contrapartida, Sucre (216.000 Hab.) es espléndida, radiante, con un casco antiguo de blancas fachadas refulgentes que le ha valido el título de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Los españoles dejaron su impronta como si de un pueblo de Andalucía se tratara, bañando a la cal el núcleo colonial en un mar de tejas ocres, plazas arboladas y silenciosas callejuelas.
Pero por más interesante que haya sido la visita a Sucre, mucho más nos atrae los grandes espacios, esa estepa de altura donde se reduce el nivel de oxígeno; llanuras sin fin, de existencia dura para todo ser vivo que en ella habite. El aymara es pobre aunque bajo sus pies existan riquezas naturales, y basa la subsistencia en sus recuas de llamas y en el cultivo de la quínoa y patatas. Animales y plantas se han adaptado a un ambiente hostil, con acusados cambios térmicos entre el día y la noche, lluvias escasas, falta de oxígeno y viento constante.
En estas inmensas soledades aparecen esporádicas aldeas de humildes casas de planta baja construidas con adobe. Ventilla es un buen ejemplo de vivir en la nada más absoluta, a la vera de una carretera de tráfico limitado y turismo inexistente. De ahí radica su interés, porque es la ausencia misma, pura más bien, de la autenticidad de un pueblo hermanado con el páramo desolado.
Miraflores es un pueblito que no aparece en los mapas, muy pobre, de aguas sulfurosas y lagunas termales en las inmediaciones. Un lugar apartado en el que descansamos tras coronar unas cimas cercanas que superan los cuatro mil metros de altitud. Luego, para regresar a la "civilización", lo hacemos utilizando las combis, esas furgonetas de itinerario fijo que sólo parten cuando se llenan de pasajeros. Qué mejor manera de entrar en contacto con la población local.

viernes, 24 de agosto de 2012

Noventa y seis


"La vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema."
(Woody Allen)

foto: Cadí en blanco y negro (Alt Urgell)

Bolivia (V)












Abordo de un desvencijado bus hemos surcado la gélida noche del altiplano, bajo un cielo cuajado de parpadeantes luceros y metidos en el añejo vehículo como si de una lata de sardinas se tratase. Los hay que han corrido peor suerte, aquellos que se han quedado sin asiento y se han visto obligados a dormir entre abultados fardos a todo lo largo del pasillo. A falta de calefacción, un rosario de mantas cubría al aterido pasaje.
La límpida alborada nos sorprende en Potosí, amparados por la piramidal presencia del Cerro Rico, esa enorme montaña que se eleva por encima de la ciudad y en cuyas entrañas se extraen minerales -plata primero y luego zinc y estaño-, ininterrumpidamente desde hace siglos. Esta es la principal atracción de la urbe, sin embargo obviamos visitar las minas porque todavía hoy existe una explotación brutal sobre los trabajadores, niños incluidos. Día y noche miles de obreros extraen los minerales preciados para enriquecimiento de las compañías, perforando la roca con dinamita y con escasas medidas de seguridad. Cuando no son derrumbes o explosiones de gas, es la temida silicosis que se cobra vidas humanas, por centenares, por un mísero salario.
Entre los siglos XVI y XVII, Potosí llegó a ser la ciudad más rica y poblada del mundo. Su plata alimentó la hegemonía del imperio español -guerras incluidas-, encendiendo la codicia de los conquistadores y derramando la sangre esclava de los indígenas. De ahí que la urbe esté levantada sobre la vergüenza.
Pese a todo, Potosí despierta la imaginación del viajero y le transporta a un tiempo remoto de hidalgos y pendencieros. Dice la leyenda que todos los adoquines de sus calles eran de plata; cierto o no lo que sí es palpable es el extenso patrimonio colonial que ha quedado en nuestros días y que la población local sigue siendo tan pobre como antaño.
La Casa de la Moneda (s. XVII) es el edificio más notable, pero hay otros muchos: un sinnúmero de iglesias y viviendas coloniales se esparcen por esta ciudad marcada por una historia de opulencia y crimen.
Suerte que ya venimos perfectamente aclimatados, porque la urbe se ubica por encima de los cuatro mil metros de altitud; así que, como siempre, nuestros pasos son diligentes por costumbre, porque cierta ansiedad por la belleza contemplada nos apremia a ver más y más...

lunes, 23 de julio de 2012

Noventa y cinco


"Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo."
(Leon Tolstoi)

foto: La Seu bajo cero (La Seu d´Urgell)

Sur de Francia








Una escapada al Sur de Francia nunca viene mal, habida cuenta de todo lo que hay por ver y que se encuentra a una distancia relativamente cercana de nuestra casa. Más allá de los Pirineos se extiende toda una suerte de villas medievales y el eje vertebrador de la región: el Canal del Midi (s. XVII), lo que posibilita el viaje en barco e incluso en bici por sus bucólicas riberas.
Foix ya deslumbra desde la distancia, cuando oteamos en el horizonte las altivas torres almenadas del castillo de los condes de Foix elevándose majestuosamente por encima del pueblo. Entre otros usos fue prisión local, cuyos desdichados presos dejaron inscripciones en la torre circular y que todavía hoy pueden observarse.
Otra monumental construcción es la catedral fortificada de Albi, ciudad que fue testigo de la sangrienta cruzada contra los cátaros. En el palacio de la Berbie se halla el Museo Tolouse-Lautrec, con quinientas obras del famoso artista.
Con casi medio millón de habitantes, Toulouse se presenta como una urbe dinámica. La llamada Ville Rose por los ladrillos sonrosados de sus edificios, es la cuarta ciudad de Francia por tamaño. En ella confluyen el Canal del Midi y el río Garona. Desde luego nada que ver con el esplendor de París -malditas comparaciones-, pero aún así se le puede sacar provecho a su laberíntico casco antiguo y la gran plaza del Capitolio. Sin embargo, los dos puntos de atracción principal están a las afueras: la factoría aerospacial Airbus -donde se realizan visitas guiadas-, y la Cité de l´Espace, un enorme complejo destinado a la exploración espacial.
Auch basa su modesto encanto al concentrarse el centro del casco antiguo sobre una colina, por encima del río Gers. Destaca la catedral Ste-Marie -declarada Patrimonio Mundial por la Unesco-, que embelesó tanto a Napoleón como para proclamar: "una catedral como esta debería estar en un museo." La Escalier Monumental cuenta con más de trescientos escalones, y en el tramo medio se erige una estatua de d´Artagnan, el célebre espadachin protagonista de Los Tres Mosqueteros.
Dejamos para lo último el plato fuerte del viaje: Carcasona. Esta ciudad rebasa los límites de la imaginación gracias a su ciudadela -una de las más grandes de Europa-, de robustas murallas y 52 torres. El puente levadizo da acceso a un bastión, al Château Comtal y a un exceso de tiendas de souvenirs. Si se prefiere, Carcasona es un lugar ideal donde realizar excursiones en barco a través del encantador Canal del Midi.

sábado, 23 de junio de 2012

Noventa y cuatro


"La felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace."
(Jean Paul Sartre)

foto: Siegessäule (Berlín)

Innsbruck












Cuna de intrépidos alpinistas, la capital del Tirol (120.000 habitantes) se halla a los pies de las montañas del Karwendel y Stubai, a un paso de las imponentes Dolomitas y, por si fuera poco, la ciudad ha sido por dos veces escenario de los juegos olímpicos de invierno (1946 y 1976). Por todo ello es un destino muy apreciado entre los amantes de la naturaleza y los deportes de invierno; dónde si no tomar desde el centro de la urbe un funicular (cuya futurista estación ha sido diseñada por una arquitecta angloiraquí) y en cuestión de media hora situarse en lo alto de estratégicos pasos de montaña, con vistas fabulosas de la urbe y de los macizos circundantes.
Pero Innsbruck es mucho más que cumbres y pistas de esquí. Conciertos a precios razonables, museos y un agradable casco antiguo conforman una oferta turística realmente importante; a fin de cuentas se trata del epicentro del Tirol, la región más visitada de toda Austria.
Nada mejor para contemplar edificios históricos (barrocos, neoclásicos, góticos...) que acudir a la avenida Maria-Theresien Strasse, desde el Arco del Triunfo hasta el extremo opuesto, en la intersección con Markgraben y Burggraben. Por supuesto, cerca de esta conocida avenida, no hay que perderse el Goldenes Dachl, un palacio gótico engalanado con 2.657 tejas de cobre dorado, construido bajo el mandato de Maximiliano I para ver los torneos que tenían lugar en una plaza próxima. El castillo de Hofburg es otro punto de referencia de la capital tirolesa, con sus cúpulas apuntando al cielo y su solemne fachada. El trampolín de saltos de esquí (Bergisel) está hecho de cristal y acero, obra de Zaha Hadid, la misma arquitecta de la estación del funicular, y el Alpenzoo es un buen lugar para contemplar la fauna local.
Cultura, diversión y naturaleza conviven perfectamente en una ciudad que por sí sola justifica una visita, pero, para que nos vamos a engañar, el tirol ofrece los suficientes atractivos como para dedicarle unas vacaciones enteras.