viernes, 13 de enero de 2012

Ochenta y nueve


"Quien sabe adular sabe calumniar."
(Napoleón Bonaparte)

foto: dos edificios (Barcelona)

Suiza








Varios viajes a Suiza nos confirman que éste es un país pulcro, ordenado, caro para nuestros estándares económicos y con innumerables montañas por escalar. Ese es el tópico, que desde luego no deja de ser cierto, al que habría que añadirle los quesos, los relojes, la puntualidad, la extensa red de ferrocarriles y teleféricos, el dominio de tres o cuatro idiomas, las vacas, la industria química, la nieve, etc. Pero el país helvético también es refugio de fortunas de sospechosa procedencia, del petróleo, de negocios escandalosamente multimillonarios y de deportistas enriquecidos.
En Ginebra hemos sido testigos de lujosos deportivos dejándose ver en las impolutas calles, junto al célebre lago Léman; chóferes abriendo la puerta del despampanante automóvil a la dama de turno, simplemente porque esta iba de compras al elegante establecimiento de firma exclusiva; y jeques escoltados por todo un séquito de guardaespaldas vigilando en todas direcciones bajo impenetrables gafas de sol. Es evidente que el dinero se da cita en Ginebra, pero también en Zúrich, Davos, St. Moritz...
Esta es la imagen glamurosa de Suiza, pero yo prefiero quedarme con la que ofrece la Madre Naturaleza, como las cataratas del Rin (700.000 litros de agua por segundo) y, como no, los Alpes majestuosos, que en suelo helvético muestran la cara más espectacular de la cordillera, con permiso del macizo del Mont Blanc y de las vertiginosas Dolomitas italianas. Hemos tenido el inmenso placer de dormir en la alta montaña, a buen cobijo de un refugio alpino; elevarnos sobre la aérea cresta rodeados de un espectacular paisaje de glaciares y cumbres nevadas; y por supuesto, tiritar de frío cuando nos sorprende la niebla y las nevadas a una altura poco recomendable para el ser humano.