jueves, 16 de febrero de 2012

Noventa


"El capitán no es el capitán. El capitán es el mar."
(Jesús Lizano Lizanote)

foto: mágico invierno (Andorra)

Francia atlántica









Comenzamos el viaje en Nantes (Naoned en bretón), antigua capital de la enigmática Bretaña y hoy animada ciudad universitaria. Un interesante museo alberga libros y manuscritos originales de Julio Verne, nacido en Nantes en 1828. Tampoco obviamos el espléndido château de los duques de Bretaña, edificio rehabilitado cuyas claras e inmaculadas fachadas resplandecen bajo un sol mañanero.
La siguiente parada prolongada ya es mucho más al sur, en La Rochelle, conocida también como la ciudad blanca por sus viviendas de piedra caliza. La urbe tiene un marcado pasado marinero, ya que fue uno de los principales puertos entre los siglos XIV y XVII, y desde aquí partieron los primeros colonos franceses a Canadá, incluyendo los fundadores de Montreal. Pero si hay un monumento que destaque sobre los demás en la urbe no es otro que las altivas torres de defensa (s. XIV) situadas en la bocana del puerto.
En los alrededores de La Rochelle existen varias islas al alcance de la mano; nosotros nos decantamos por la Île d´Oléron, la más grande de ellas, fácilmente accesible por un extenso puente que la une al continente y donde encontraremos una ciudadela construida entre 1630 y 1673, además de un faro pintado a franjas que otea el siempre ventoso horizonte.
Burdeos es visita obligada aunque no guste el vino -como a un servidor-, ciudad que ya impresionó al mismísimo Victor Hugo por la majestuosidad de los edificios. Aquí hay mucho que ver: el multicultural barrio de Saint Michel, o el de Saint Pierre, con un interesante conjunto arquitectónico que data de los siglos XVIII y XIX; la espléndida Place de la Bourse, el Grand Théâtre, la peatonal Rue sainte Cathérine, la fuente des Girondins (levantada a finales del siglo XIX en memoria de los diputados revolucionarios), la catedral de Saint André (considerada la más bella de la ciudad)...
Arcachon es una célebre localidad de veraneo desde el siglo XIX, si bien durante el invierno queda envuelta en una cierta atmósfera de decadencia, momento oportuno para visitarla sin la molestia de las aglomeraciones. El casino, un animoso mercado y un parque de hace dos siglos levantado en lo alto de la ciudad con buenas vistas sobre la playa bien merece una visita.
El viaje finaliza en el interior de Aquitania, circulando entre interminables viñedos y haciendo una parada en Saint-Émilion, pueblo medieval cuya tradición vinícola se remonta a la época romana.