viernes, 24 de agosto de 2012

Noventa y seis


"La vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema."
(Woody Allen)

foto: Cadí en blanco y negro (Alt Urgell)

Bolivia (V)












Abordo de un desvencijado bus hemos surcado la gélida noche del altiplano, bajo un cielo cuajado de parpadeantes luceros y metidos en el añejo vehículo como si de una lata de sardinas se tratase. Los hay que han corrido peor suerte, aquellos que se han quedado sin asiento y se han visto obligados a dormir entre abultados fardos a todo lo largo del pasillo. A falta de calefacción, un rosario de mantas cubría al aterido pasaje.
La límpida alborada nos sorprende en Potosí, amparados por la piramidal presencia del Cerro Rico, esa enorme montaña que se eleva por encima de la ciudad y en cuyas entrañas se extraen minerales -plata primero y luego zinc y estaño-, ininterrumpidamente desde hace siglos. Esta es la principal atracción de la urbe, sin embargo obviamos visitar las minas porque todavía hoy existe una explotación brutal sobre los trabajadores, niños incluidos. Día y noche miles de obreros extraen los minerales preciados para enriquecimiento de las compañías, perforando la roca con dinamita y con escasas medidas de seguridad. Cuando no son derrumbes o explosiones de gas, es la temida silicosis que se cobra vidas humanas, por centenares, por un mísero salario.
Entre los siglos XVI y XVII, Potosí llegó a ser la ciudad más rica y poblada del mundo. Su plata alimentó la hegemonía del imperio español -guerras incluidas-, encendiendo la codicia de los conquistadores y derramando la sangre esclava de los indígenas. De ahí que la urbe esté levantada sobre la vergüenza.
Pese a todo, Potosí despierta la imaginación del viajero y le transporta a un tiempo remoto de hidalgos y pendencieros. Dice la leyenda que todos los adoquines de sus calles eran de plata; cierto o no lo que sí es palpable es el extenso patrimonio colonial que ha quedado en nuestros días y que la población local sigue siendo tan pobre como antaño.
La Casa de la Moneda (s. XVII) es el edificio más notable, pero hay otros muchos: un sinnúmero de iglesias y viviendas coloniales se esparcen por esta ciudad marcada por una historia de opulencia y crimen.
Suerte que ya venimos perfectamente aclimatados, porque la urbe se ubica por encima de los cuatro mil metros de altitud; así que, como siempre, nuestros pasos son diligentes por costumbre, porque cierta ansiedad por la belleza contemplada nos apremia a ver más y más...