lunes, 1 de octubre de 2012

Noventa y siete

"Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde."
(Sir Francis Bacon)

foto: aguas turbulentas (rio Valira, Alt Urgell)

Bolivia (IV)

Los fuertes vientos cordilleranos son portadores de densas nubes de polvo que cubren por entero Oruro, una afeada ciudad de 260.000 habitantes situada en pleno altiplano. No hay mucho que ver, a excepción de unos buenos museos antropológicos y un par o tres de iglesias coloniales.
Por contrapartida, Sucre (216.000 Hab.) es espléndida, radiante, con un casco antiguo de blancas fachadas refulgentes que le ha valido el título de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Los españoles dejaron su impronta como si de un pueblo de Andalucía se tratara, bañando a la cal el núcleo colonial en un mar de tejas ocres, plazas arboladas y silenciosas callejuelas.
Pero por más interesante que haya sido la visita a Sucre, mucho más nos atrae los grandes espacios, esa estepa de altura donde se reduce el nivel de oxígeno; llanuras sin fin, de existencia dura para todo ser vivo que en ella habite. El aymara es pobre aunque bajo sus pies existan riquezas naturales, y basa la subsistencia en sus recuas de llamas y en el cultivo de la quínoa y patatas. Animales y plantas se han adaptado a un ambiente hostil, con acusados cambios térmicos entre el día y la noche, lluvias escasas, falta de oxígeno y viento constante.
En estas inmensas soledades aparecen esporádicas aldeas de humildes casas de planta baja construidas con adobe. Ventilla es un buen ejemplo de vivir en la nada más absoluta, a la vera de una carretera de tráfico limitado y turismo inexistente. De ahí radica su interés, porque es la ausencia misma, pura más bien, de la autenticidad de un pueblo hermanado con el páramo desolado.
Miraflores es un pueblito que no aparece en los mapas, muy pobre, de aguas sulfurosas y lagunas termales en las inmediaciones. Un lugar apartado en el que descansamos tras coronar unas cimas cercanas que superan los cuatro mil metros de altitud. Luego, para regresar a la "civilización", lo hacemos utilizando las combis, esas furgonetas de itinerario fijo que sólo parten cuando se llenan de pasajeros. Qué mejor manera de entrar en contacto con la población local.