sábado, 23 de marzo de 2013

Cien

"Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo."
(Oscar Wilde)

foto: mirada indiscreta

Bolivia (I)

El avión se zarandea de un lado a otro como si hubiese sido engullido por una gigantesca batidora. Las fuertes corrientes de aire que se desarrollan en altura no dan tregua hasta que tomamos tierra, cosa que se consigue gracias a la pericia del curtido piloto. Algunos pasajeros respiran aliviados, aunque saben que el mareo de verdad comienza justo cuando descendamos las escalerillas del Boeing. Estamos en el aeropuerto de El Alto, a 4.050 metros de altitud y sin ninguna posibilidad de habernos aclimatado previamente.
   Atrás han quedado unas imágenes insuperables del vasto Titicaca, y de los glaciares de la Cordillera Real heridos por infinidad de profundas grietas. Sin embargo, el telón no ha caído por completo porque, tras tomar una curva cerrada a bordo de una abarrotada buseta, la ciudad de La Paz se extiende de manera espectacular en una hondonada, agazapada en una especie de cráter gigantesco por cuyas accidentadas colinas remontan miles y miles de casas baratas como si de cajas de zapatos apiladas con desorden se tratara.
   La capital de Bolivia es tan fea como fascinante. El centro se halla a 3.600 metros de altitud, y a medida que se sube por las empinadas calles los barrios van tornándose más deprimentes: cuanto más alto se vive, más pobre se es. Los acusados desniveles que tiene la ciudad hace que en los partes meteorológicos se citen tres temperaturas medias para La Paz.
   Si hay otra característica que hace de La Paz una urbe muy especial es que se trata de la capital de la etnia aymara, los sufridos indios del altiplano que debido a las duras condiciones de vida en el campo se han visto empujados a comenzar una nueva existencia en la gran metrópoli. Claro que aquí muchos sueños se han esfumado tan rápido como se evapora el agua en el Salar de Uyuni: la pobreza y la marginalidad les persigue allá donde vayan.
   No hay demasiado que ver en La Paz: unas pocas calles coloniales, la imponente iglesia de San Francisco (1549), el Palacio Presidencial, la catedral y el mercado de las Brujas, donde comprar desde fetos de llama disecados para honrar a la Pachamama hasta elegantes prendas de alpaca. La gran riqueza que posee esta ciudad es el ambiente indígena que se respira, muy especialmente en los mercadillos callejeros o en las atestadas busetas (muy económicas) con las que desplazarse de un extremo a otro de la capital.

   Entre otras salidas vamos a parar a Tiwanaku, el complejo arqueológico más importante de Bolivia, ya muy próximo al lago Titicaca. Tiwanaku fue una esplendorosa civilización preincaica que desapareció misteriosamente. En la actualidad, en el recinto emplazado en medio del altiplano, puede admirarse la Puerta del Sol (4 metros de anchura), unas pirámides semiderruidas, el templete semisubterráneo, la Puerta de la Luna, etc.