viernes, 27 de septiembre de 2013

Ciento tres

"La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en una democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes."

foto: nieve (Alt Urgell)

Perú (VI)

El viaje ya va tocando a su fin y pronto emprenderemos el largo trayecto de regreso por carretera: Puno-Arequipa-Lima, exactamente el mismo itinerario que a la ida, 1.300 kilómetros en autobús. No obstante, aún nos quedan unos cuantos vestigios pre-incaicos por visitar. El área del Titicaca es como un museo a cielo abierto.
Para movernos por la región, nada mejor que utilizar las prácticas combis, esas furgonetas que hacen el servicio de taxi colectivo y que sólo se ponen en funcionamiento cuando se llenan, lo que significa que van repletas hasta la bandera para hacer más rentable el viaje. Una buena manera de tener contacto directo con la población local, y nunca mejor dicho, porque es fácil que el voluminoso trasero de una señora quede encastado en tus narices.
Así de incómodos alcanzamos Juli. A
orillas del lago sagrado y a corta distancia de la frontera con Bolivia, población de 8.000 habitantes conocida por sus cuatro iglesias coloniales de los siglos XVI y XVII. Tras una visita al concurrido mercado y un paseo por el embarcadero nos dirigimos a una monumental puerta tallada en la roca. Según cuentan, este lugar se utiliza desde tiempos inmemoriales para realizar un rito de lo más misterioso. Con las piernas flexionadas en el aire, la frente rozando la roca y los brazos plegados en sendas hendiduras horadadas en la piedra, se entra en un estado de concentración total que, perdiendo la noción de la realidad, se consigue alcanzar el mismísimo infierno traspasando un total de siete puertas. Preguntando por este hecho a los lugareños, la respuesta mayoritaria es que nadie se ha atrevido a probarlo y todos aluden a que esas cosas dan mucho miedo.
Lo cierto es que el lugar no inspira demasiada confianza, con sus rocas de arenisca de extrañas formaciones erosionadas por los elementos, y una horda de niños -algunos agresivos- que persiguen al visitante a todas partes. ¿Será por eso que no vemos a ningún turista en los alrededores?
Chucuito merece una atención diferente. El pequeño recinto arqueológico está dedicado al templo de la fertilidad, una serie de falos de piedra apuntalados en el suelo, algunos de más de un metro de altura. Según parece, hasta aquí acudían solteras para sentarse encima de estos penes pre-incaicos con el fin de aumentar la fertilidad. Algunas, las más devotas del ritual, siguen acudiendo al lugar. Ahora es un pequeño reducto el que se visita, pero antaño había miles de falos diseminados por toda el área, por lo que los vecinos guardan buena cantidad de ellos en sus casas.
Otro vestigio que no pasamos por alto , y éste muy poco conocido, es el de Ichu, ubicado en lo alto de una colina, con buenas vistas sobre el lago y en cuya cima se asienta una serie de derruidos templos en diferentes niveles y que se remontan a unas culturas anteriores a los incas.