viernes, 3 de enero de 2014

Ciento cuatro

"Cada día de nuestra vida estamos creando nuestro destino."
(Henry Myller)
foto: Pic de Juclar (Andorra)

Perú (V)

Puno, a 3.830 metros de altitud, tiene una fisonomía muy similar a La Paz (Bolivia), aunque evidentemente con dimensiones mucho más reducidas. La ciudad se asienta en una amplia hondonada, y sus destartalados barrios periféricos van remontando las laderas hasta llegar a lo alto de éstas. Si se llega por la carretera del norte la visión es espectacular: una alfombra de poco agraciadas construcciones queda encajada entre el lago Titicaca y los accidentados cerros.
   Puno ni es hermosa ni acogedora, no posee grandes monumentos y en sus estrechas calles del centro el tráfico resulta una molestia. Por tales motivos el turismo suele pernoctar un par de noches y salir corriendo hacia Cuzco o alguno de los puntos de interés del lago. Sin embargo, y en contra de todo pronóstico, nosotros hemos tenido la suerte de ser acogidos por la comunidad quechua, cuya generosa hospitalidad ha hecho que pasemos diez días en esta urbe caótica. Gracias a ello, tenemos la suerte de asistir a las celebraciones de Manco Capac, el primer inca, cuyo nacimiento se celebra por todo lo alto: una semana de festejos donde no cesan los bailes tradicionales; la música y el ambiente andino impregna cualquier esquina.
   Fiestas aparte, en Puno puede visitarse un par o tres de pequeños museos, destacando el de Carlos Dreyer, un alemán aficionado a la arqueología que atesoró una importante colección de objetos indígenas y cuadros de pintores locales. En la última planta se conservan tres momias y la reproducción de una chullpa funeraria. Tampoco hay que obviar la catedral, alzándose majestuosamente en un extremo de la Plaza de Armas. Data del siglo XVIII y cuenta con un interior muy sencillo pese a ser barroca.
   La calle Lima, pasado la Plaza de Armas, se convierte en peatonal, arteria con ambiente constante donde se mezclan foráneos y lugareños; propios y extraños, calle arriba, calle abajo, por lo que es aquí donde se concentran la mayoría de cafés, restaurantes y comercios de artesanías.
   La ciudad está rodeada por unos estratégicos miradores que a buen seguro gozan de una privilegiada panorámica, si bien las gentes del lugar desaconsejan insistentemente la visita por los reiterados asaltos a mano armada que han padecido tanto turistas solitarios como grupos organizados. Nunca hay que olvidar que la región es pobre y las tentaciones son grandes. Pese a ello, la hospitalidad con la
que nos encontramos es más que sobresaliente.