miércoles, 18 de junio de 2014

Ciento seis

"Hay que ser muy fuerte para amar la soledad"
(Pier Paolo Pasolini)

foto: nieve (Andorra)

Perú (III)

En la península de Capachica, un brazo montañoso que penetra en el extremo noroeste del lago Titicaca y donde viven diseminadas algunas comunidades indígenas, somos recibidos con el calor propio de estas gentes cuando desembarcamos en el diminuto espigón que da paso a la rústica vivienda donde nos alojaremos los siguientes días.
Tras las presentaciones de rigor viene una suculenta comida a base de sopa de verduras y trucha recién pescada. Un humeante mate de coca pone fin a tan delicioso ágape. El comedor está hecho a semejanza de la choza individual que nos da cobijo: paredes de adobe decoradas con tapices hechos a mano -de vivos colores y dibujos nativos-, mobiliario espartano y una bombilla en lo alto que se alimenta a través de una placa solar. La familia viste a la manera tradicional y se desvive por atendernos lo mejor posible. Siempre sonríen, por cualquier circunstancia.
En la península apenas hay vehículos que transiten por las escasas vías de comunicación, unas pocas pistas de tierra y el resto caminos empedrados que se remontan a épocas preincaicas. Las mujeres  tejen mientras conducen a su rebaño de vacas, llamas u ovejas. Diríase que el tiempo se ha detenido y que, pese a los problemas cotidianos, unas especie de felicidad permanente flota en el lugar, a juzgar por las muestras de sosiego y las sonrisas perennes.
Unas ruinas incas, en forma de muro circular y que todavía se utiliza para realizar ofrendas a la Pachamama, corona lo alto de un cerro desde donde se obtienen unas vistas espectaculares de la cercana isla de Taquile y algo más lejos de la de Amantaní. Llueve en lontananza y el pesar de los cielos se refleja en la superficie acerada del inmenso lago. Regresamos sobre nuestros pasos al caer la noche, guiados por el haz de luz de nuestras linternas frontales porque el alumbrado público es inexistente incluso en las zonas habitadas. Las cuatro paredes de adobe de la cabaña nos resguardan de las bajas temperaturas y acunan plácidos sueños en la más plácida de las tierras.