lunes, 16 de marzo de 2015

Ciento diez

"La Naturaleza es el reino de la libertad".
(Alexander von Humboldt)

Foto: entre las nubes (Andorra)

Perú (I)

En más de una ocasión me habían dicho que si viajaba a Perú más me valdría obviar Lima y, si de todos modos decidía visitar la capital, mejor no alojarse en el centro por ser peligroso y feo. Así que hice todo lo contrario a lo que me habían aconsejado, porque sé que aquello que no despierta gran interés en el turista siempre esconde algo que vale la pena. En cuanto a la peligrosidad del centro de Lima, puedo afirmar que tuve la misma sensación de seguridad como en cualquier otra gran ciudad sudamericana: ningún problema y sí gente amable y dispuesta a ayudar a unos recién llegados como mi compañera y un servidor.
   Ya sé que Lima es gris y considerada por algunos una metrópoli triste debido a la garúa, esa lechosa neblina que se posa sobre la urbe durante buena parte del año. Pero merece la pena brindarle una oportunidad. La Plaza de Armas tiene nada menos que casi 20.000 metros cuadrados donde despuntan las palmeras y se expanden espacios verdes bien cuidados. En sus laterales se levantan la catedral y el palacio de Gobierno con su correspondiente y llamativo cambio de guardia. No pasan desapercibidos tampoco los coloridos edificios coloniales de galerías exteriores construidas en madera.
   No muy lejos de la Plaza de Armas sorprende el espectacular interior de la iglesia de la Merced, con una veintena de altares barrocos y renacentistas. Se aconseja, igualmente, bajar a las catacumbas repletas de huesos que hay bajo el monasterio de San Francisco. La plaza San Martín, la iglesia de Santo Domingo, las viviendas coloniales que aún quedan en pie, el edificio que albergaba la Inquisición, los museos arqueológicos y la rica gastronomía son otras de las razones por las que todo viaje a Perú tendría que incluir una escala en Lima.