martes, 27 de octubre de 2015

Ciento trece

"La vida se contrae y expande en proporción directa a nuestro coraje".
(Anaïs Nin)

foto: Hacia la cresta de les Gencianes (Andorra)

Tenerife (5º viaje) (II)

Una vez más, y ya van cinco, regresamos a esta isla atraídos por el influjo del Teide y el ambiente subtropical que se respira, sin olvidar una exquisita gastronomía para regocijo de nuestros paladares. Aunque nuestro objetivo es la alta montaña del Parque Nacional de las Cañadas del Teide, no obviamos dos agradables poblaciones que se sitúan en la costa norte.
   La primera de ellas es Puerto de la Cruz (31.000 habitantes), bonita donde las haya pese a que se les ha ido la mano construyendo altos edificios de apartamentos y hoteles. Aún así y todo, el interior de la ciudad, con su cuidado casco antiguo, conserva edificios coloniales como la Casa de la Aduana (1620), ermita de San Juan (1599), iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, castillo de San Felipe (s.XVII), Torreón de Ventoso, etc. Es una delicia pasear por las calles peatonales repletas de cafeterías y comercios, siempre llenas de vida, y después dejarse llevar por la inmensidad del océano en la Punta del Viento, allí donde arranca el concurrido Paseo San Telmo, sobre las rocas negruzcas habitadas por cangrejos. Tampoco nos perdemos, aunque ya lo conocemos de otras veces, ni el diminuto puerto pesquero, ni el Jardín Botánico, y ni mucho menos las repetidas visitas a la frondosa Plaza del Charco, denominada así porque en la antigüedad se inundaba con los frentes marinos.
   La seugunda ciudad a la que le dedicamos una nueva visita es La Orotava, apiñada en la ladera de la montaña y admirada por botánicos de todo el mundo desde hace siglos. La elegancia de esta población es de las más destacadas del archipiélago canario, pues no en vano su núcleo antiguo está muy bien conservado: Casa de los Balcones, iglesia de la Concepción, Liceo de Taoro, iglesia de San Agustín... sin olvidarnos de los parterres floridos y los parques donde crecen las más hermosas flores, como los jardines del Marquesado de la Quinta Roja (s.XIX), y todo a medio camino de las azules aguas del Atlántico y el verdor de una montaña húmeda. Sólo por estas dos localidades ya se justifica un viaje a Tenerife.