viernes, 11 de diciembre de 2015

Ciento catorce

"Viajar es vivir".
(Hans Christian Andersen)

Foto: apuntando al cielo (Pic d´Escobes, Andorra)

Tenerife (5º viaje) (I)

Si hay algo que fascina por encima de todo lo demás en la isla de Tenerife es, sin lugar a dudas, el impresionante Parque Nacional de las Cañadas del Teide. En esta ocasión estaremos unos cuantos días descubriendo sus maravillosos paisajes volcánicos, en compañía de los omnipresentes lagartos tizones y un sol de justicia, aunque por suerte las temperaturas no llegan a ser en exceso elevadas por estar en primavera, momento en que florece el Tajinaste Rojo y la Margarita del Teide.
   Comenzamos por las zonas bajas, más allá de los límites del parque nacional, allí donde la corona forestal inunda de verde las faldas de las montañas con el pino canario y una flora muy variada que hace las delicias de los aficionados a la botánica. Durante horas caminamos por senderos de gran desnivel, por encima de unas curiosas formaciones rocosas denominadas Los Órganos. Nos cruzamos con otros excursionistas, extranjeros todos ellos, si bien el silencio y la tranquilidad es absoluto.
   Otra de las interesantes jornadas en el parque nacional es en el momento que coronamos la Montaña Guajara, con su abrupta y característica cara norte y con fabulosas vistas sobre la Caldera y el cercano Pico del Teide. El ascenso ha sido de lo más precipitado porque de lo contrario perdíamos el bus de regreso a Puerto de la Cruz.
   Pero la guinda del pastel la pone la doble ascensión que encadenamos en un par de jornadas. Primero conseguimos el Pico Viejo, cuyo impresionante cráter tiene un diámetro de 800 metros. Hacemos un vivac justo al borde del cráter, a 3.000 metros de altitud, y dejamos que la magia del lugar nos envuelva toda la noche. Las últimas horas del día caen sobre la vertiente oeste del cono cimero del Teide, pintándolo de un rojo descarado justo antes de que la oscuridad sea total. Y cuando ésta llega, la nubosidad se disipa para que haga acto de presencia la luna llena, que lanza reflejos plateados en la negrura de un mar en calma. Desde nuestra privilegiada atalaya tenemos el océano a nuestros pies, dormimos en la boca de un volcán y sobre nuestras cabezas se alza el poderoso Teide.
   A la mañana siguiente nos volvemos a poner en camino a primera hora, con un frio mordiente que se deja sentir. Pronto nos adentramos en un caos de rocas volcánicas, una masa de lava pétrea que ganando desnivel permite que el paisaje se vaya expandiendo aún más si cabe. El olor a azufre se hace persistente. Tras pasar el puesto de control de los guarda parques y mostrar el correspondiente permiso de ascensión al Teide, no tardamos en elevarnos sobre el techo de España, por encima del cráter blanquecino con el que tantas veces hemos soñado.