miércoles, 7 de diciembre de 2016

Ciento veinte

"Si encuentras un camino sin obstáculos, probablemente no te lleve a ninguna parte".
(Lucille Ball)

Foto: en la travesía de las Agullas de Travessany (Aigüestortes)



Tenerife (6º viaje) (I)

Nuevamente nos encontramos en el Parque Nacional de las Cañadas del Teide, escenario natural único en su género en toda España que por más veces que lo visitemos nunca dejamos de fascinarnos. Siempre quedan montañas por ascender o vaguadas que aún desconocemos, por lo que se impone un viaje tras otro al centro de la isla de Tenerife, a su corazón milenario que palpita gracias a las fuerzas que se desarrollan bajo tierra y que un día, tal vez, resurgirán a la superficie con todas sus fuerzas.
   Guiados por el entusiasmo, como siempre que pisamos mantos de lava y parajes semi desiertos, pasamos algunos días bajo la poderosa figura del legendario Teide. Esta montaña es la más célebre y codiciada de la zona, por supuesto, sin embargo existen otras muy interesantes y no tan conocidas. Tal es el caso de La Fortaleza (2.159 mts.), con su abrupta vertiente oeste y una ruta no demasiado transitada. Tanto el paisaje circundante como la panorámica de la que se goza en su cima es excepcional.
   Cabe destacar, también, una prolongada arista en la que iremos coronando una cúspide tras otra. Se trata de las Cumbres de Ucanca, de las que nunca se baja de los 2.400 metros de altitud y que se puede recorrer por el mismo filo de la arista, con una vertiente norte que cae vertiginosamente sobre los llanos de Ucanca. El itinerario es muy largo, por lo que de buen grado optamos por un vivac en lo alto. 
   Atrás han quedado los gigantescos tajinastes rojos, ya en flor, y un mar de nubes a nuestros pies. Con el crepúsculo caen las temperaturas y el astro rey va escondiéndose por la línea del horizonte, hacia el oeste, engullido por la inmensidad del Atlántico. Frente a nosotros, la Montaña Guajara se viste de tonalidades rojizas y el Teide desaparece bajo las sombras. Es hora de meternos en los sacos de dormir. Allá arriba, en la bóveda celeste, comienza el espectáculo de parpadeantes luceros y estrellas fugaces: el espacio está invadido por millones de lucecitas que flotan sobre la negrura de un océano en calma. Es en ese preciso instante de quietud, de paz absoluta, cuando uno toma conciencia de la felicidad que le embarga por encontrarse en contacto directo con la Madre Naturaleza.