martes, 7 de septiembre de 2010

Bretaña







Comenzamos el viaje en la encantadora Rennes, urbe estudiantil y de conservado casco antiguo que se remonta a la época medieval. Una buena colección de callejuelas y edificios de vigas entramadas nos conduce finalmente al antiguo Parlamento bretón (s. XVII), si bien matamos el tiempo a la vera del río La Vilaine mientras degustamos un auténtico bocata de queso de la región; tampoco nos perdemos el concurrido mercado de los sábados (el segundo más grande de Francia).
No tardamos en abandonar la gran ciudad para ir descubriendo poco a poco esa Bretaña enigmática de la que tanto hemos oído hablar. Vitré nos sorprende por su imponente castillo del siglo XI y su cautivador barrio antiguo. Días más tarde es la pequeña población de Dinan la que se lleva nuestros mejores elogios, pues no en vano posee uno de los más sobresalientes cascos históricos del norte del país, con las viviendas medievales apiñadas sobre el río Rance y unas extensas murallas para caminar entre sus almenas y las viejas puertas de acceso a la ciudad.
St-Servan tiene interés especial por los bunkers, el memorial de la Segunda Guerra Mundial y la esbelta Tour Solidor (s. XIV), que alberga un museo náutico. Pero es su vecina St-Malo, la también llamada "ciudad de los corsarios", la que realmente deja un recuerdo imborrable. Rodeada por altivas murallas, la urbe parece adentrarse en el tempestuoso océano para hacerle frente a los acentuados cambios de las mareas que aquí tienen lugar. Su fisonomía de granito y pizarra evoca a la cercana inglaterra, y desde luego no puede negarse su sabor marinero. Hay elegantes residencias, tres fortalezas y varias playas, por lo que St-Malo se ha convertido en visita indiscutible de cualquier viaje a Bretaña.

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