jueves, 25 de noviembre de 2010

Setenta y siete


"Tratar a los demás con respeto para ser respetado: en eso consiste el verdadero poder."
(Steve DeMasco)

foto: muro (Alt Urgell)

Ontario








Es Sábado por la tarde de un gélido mes de febrero. Con quince grados bajo cero vamos en busca de un hostal donde pasar las primeras noches del viaje, recorriendo con prisas el destrito financiero de Toronto. La nieve se apila en las aceras de las grandes avenidas. Columnas de vapor surgen fantasmagóricamente del alcantarillado.
No podemos evitar alzar continuamente la vista hacia los numerosos rascacielos que se levantan por encima nuestro; parece que estamos en un escenario de película, y sobre todo porque en esta gran ciudad da la sensación que todo el mundo ha desaparecido. ¿Dónde narices se ha metido la gente? Al día siguiente desvelaremos el misterio: resulta que en el subsuelo de Toronto existe otra urbe; son los llamados "path", una intrincada red de galerías donde se pueden encontrar comercios, restaurantes, cines... un sistema lógico y eficaz para hacer vida normal cuando aprietan los rigores del invierno.
Bandadas de ardillas corretean libremente en los parques del centro de la city. Son muchos los que, desafiando las inclemencias del tiempo, patinan sobre hielo en la pista de Nathan Phillips Square. Y todavía muchos más los que con prisas y café en mano se dirigen a sus correspondientes puestos de trabajo, a esas miles de oficinas que se apiñan en uno de tantos rascacielos. Tal vez por su proximidad con los Estados Unidos, Toronto tiene una gran semejanza con cualquier ciudad del país vecino.
Las Cataratas del Niágara tampoco es una excepción. Cerca de estos espectaculares saltos de agua -ahora una parte de ellos congelados-, se encuentra Clifton Hill, una zona repleta de salas de juego y atracciones al estilo Disney. También hay casinos, hoteles por doquier y la Skylon Tower -de 158 metros de altura-, desde donde se obtienen unas vistas privilegiadas de las cataratas.
Ottawa nos recibe con un temporal ártico, de esos que tanto me fascinan: nieva abundantemente y estamos a treinta grados bajo cero. Pese a ello, la vida no se detiene en la capital de Canadá. Hay un concurso internacional de estatuas de hielo, el tráfico es fluido y el pulso de la ciudad sigue su ritmo. Bajo una miríada de copos de nieve vamos a Parliament Hill, donde se hallan los preciosos edificios góticos gubernamentales. Más tarde, cruzando el amplio y por completo congelado río Ottawa, alcanzamos la ciudad de Gatineau -también llamada Hull-, ya en territorio de Québec.
En Kingston -antigua capital de la nación, aunque por poco tiempo- tenemos la oprtunidad de alojarnos en un histórico hotel del siglo XIX, y no por darnos un capricho, sino porque es lo más económico que hemos encontrado, a excepción de un antro que hace de burdel. Además de admirar un buen número de edificios victorianos, paseamos sobre las heladas aguas del inmenso lago Ontario.
Y así transcurre nuestro periplo por esta provincia canadiense, yendo de un lugar a otro, siempre acompañados por temperaturas bajísimas y unas tempestades de nieve que me vuelven loco de felicidad.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Setenta y seis


"No podemos prolongar nuestra vida, pero tampoco debemos acelerar nuestra muerte."
(Lie-Tsé)

foto: colores (La Seu d´Urgell)

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Selva de Misiones










Si bien la mano del hombre ha reducido drásticamente la jungla que se extiende entre Argentina, Brasil y Paraguay, todavía hay lugar para aventurarse por lo más recóndito de una masa forestal que, si ésta pudiese hablar, nos desvelaría infinitos secretos.
La selva de misiones fue hogar desde antaño de las tribus guaranís -hoy congregados en pequeñas colonias marginales-; por aquí pasaron los bandeirantes portugueses para esclavizar a los indígenas, y las misiones jesuitas que, so pretexto de civilizar a los indios y protegerlos de los despiadados lusos, terminarían explotándolos para levantar unas espléndidas misiones que con el tiempo la profusa manigua acabaría por devorar. San Ignacio Miní, Santa Ana y Loreto son tres buenos ejemplos.
Una vez visitado estos tres yacimientos arqueológicos, dos de ellos en absoluta soledad, bajo la lluvia y con una humedad excesiva -tan propia de estas latitudes-, el destino nos lleva a conocer a un fotógrafo que desde años está volcado en la complicada tarea de cartografiar todos los saltos de agua de la región, a cual más bello y escondido. Gracias a sus detalladas indicaciones, nos adentramos una vez más en la selva con el fin de descubrir magníficas cascadas que nos hacen creer que nos hallamos en el paraíso.
Días antes, en las proximidades del río Paraná, fracasamos en la búsqueda de la que se dice había sido la vivienda de Martin Bormann, destacado lider de la Alemania nazi y huído a Argentina para fijar su residencia en un lugar recóndito de la jungla, si bien hay dispares versiones sobre el paradero de este personaje. Las diferentes explicaciones de los lugareños -unas muy distintas de las otras-, la espesura de la maleza y la inminencia de la noche darían al traste con nuestros planes.

martes, 7 de septiembre de 2010

Setenta y cinco


"La vida es como un viaje por mar: hay días de calma y días de borrasca. Lo importante es ser buen capitán de nuestro barco."
(Jacinto Benavente)

foto: después de las lluvias (Alt Urgell)

Bretaña







Comenzamos el viaje en la encantadora Rennes, urbe estudiantil y de conservado casco antiguo que se remonta a la época medieval. Una buena colección de callejuelas y edificios de vigas entramadas nos conduce finalmente al antiguo Parlamento bretón (s. XVII), si bien matamos el tiempo a la vera del río La Vilaine mientras degustamos un auténtico bocata de queso de la región; tampoco nos perdemos el concurrido mercado de los sábados (el segundo más grande de Francia).
No tardamos en abandonar la gran ciudad para ir descubriendo poco a poco esa Bretaña enigmática de la que tanto hemos oído hablar. Vitré nos sorprende por su imponente castillo del siglo XI y su cautivador barrio antiguo. Días más tarde es la pequeña población de Dinan la que se lleva nuestros mejores elogios, pues no en vano posee uno de los más sobresalientes cascos históricos del norte del país, con las viviendas medievales apiñadas sobre el río Rance y unas extensas murallas para caminar entre sus almenas y las viejas puertas de acceso a la ciudad.
St-Servan tiene interés especial por los bunkers, el memorial de la Segunda Guerra Mundial y la esbelta Tour Solidor (s. XIV), que alberga un museo náutico. Pero es su vecina St-Malo, la también llamada "ciudad de los corsarios", la que realmente deja un recuerdo imborrable. Rodeada por altivas murallas, la urbe parece adentrarse en el tempestuoso océano para hacerle frente a los acentuados cambios de las mareas que aquí tienen lugar. Su fisonomía de granito y pizarra evoca a la cercana inglaterra, y desde luego no puede negarse su sabor marinero. Hay elegantes residencias, tres fortalezas y varias playas, por lo que St-Malo se ha convertido en visita indiscutible de cualquier viaje a Bretaña.

martes, 17 de agosto de 2010

Setenta y cuatro


"La vida consiste no en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene."
(Josh Billings)

foto: barrio antiguo (Oporto)

Bretaña (II)







Una vez más regresamos a esta tierra azotada por los temporales atlánticos, al país de las hadas y las leyendas medievales. Por el bosque de Brocéliande anduvo el rey Arturo con su espada Excalibur, o al menos eso cuentan las historias celtas. En cualquier caso, es fácil dejar volar la imaginación al pie de castillos de aguzados torreones e imponentes murallas, como el de Josselin. Y como no, embriagarse de un mar violento que se obstina en estrellarse una y otra vez contra la accidentada costa salpicada de estratégicos faros.
Así es Bretaña, misteriosa en su interior y con alma profundamente marinera en su litoral de granito. Con carácter propio porque así lo dispuso la historia y porque el bretón -lengua complicada y muy extendida- nada tiene que ver con el dulcificado francés. Las tribus neolíticas dejaron su impronta en forma de menhires y dólmenes; luego llegaron los celtas y más tarde la conquista romana a las órdenes de Julio César. A estos últimos les sucedieron los barbáros y sus célebres saqueos y destrucciones. A finales del siglo IV desembarcan los celtas de la actual Gran Bretaña y más tarde el terror de los normandos. Tras un periodo de prosperidad llega la definitiva anexión a Francia en 1532.
En esta ocasión recorremos toda la costa sur, desde Quimper hasta Nantes, y parte del boscoso interior. En realidad, hemos venido hasta aquí siguiendo toda una estela de búnkers y fortificaciones que erigieron los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo una base de submarinos en St-Nazaire, pero sin obviar las numerosas poblaciones medievales que van saliendo a nuestro paso.

lunes, 5 de julio de 2010

setenta y tres


"La montaña es así. Se hace respetar. Pide el tributo de un esfuerzo y un sudor que muchas personas juzgan excesivo. Pero, cuando entrega su encanto, cualquier coste se considera una ganancia."
(Antoni M. Casas)

foto: estany de Juclar (Andorra)

Mónaco








Nada más apearnos en la estación de tren, bajo la bóveda de miríadas de lucetitas del pulcro andén, intuimos que nos aguarda un Principado donde la sofistificación está a flor de piel. Un largo pasillo de paredes de mármol y rótulos luminosos que muestran las mejores imágenes de la ciudad nos deposita en el exterior. De seguida topamos con jardineras, calles que parecen recién asfaltadas y una serie de ascensores gratuitos que permiten salvar notables desniveles con suma facilidad.
Sin embargo, cuando conseguimos obtener una vista general de la ciudad la decepción se hace bien patente: bloques y más bloques de viviendas remontando las empinadas laderas desde primera línea del mar hasta montaña arriba. <>, exclamamos ante una perspectiva aparentemente caótica y excesivamente urbanizada.
No obstante, una vez acostumbradas nuestras retinas a esta primera impactante imagen, vamos reconociendo que el segundo país más pequeño del mundo después del Vaticano es una caja de sorpresas, y que no está de más observar el glamour que rezuma en cada una de sus esquinas pese a que nosotros ni de lejos pertenecemos a esas privilegiadas castas sociales.
El casco antiguo es un abigarrado núcleo medieval de viviendas color pastel que desemboca en el Palais du Prince, donde cada día tiene lugar el vistoso cambio de guardia. A pocos pasos se encuentra la catedral, bello conjunto romanico-bizantino y lugar de reposo eterno de Grace Kelly y el príncipe Rainiero III, cuyas lápidas siempre están adornadas con flores frescas. Siguiendo la avenue St-Martin damos con el fabuloso Museo Oceanográfico, elevado sobre unos acantilados y que cuenta con una variadísima fauna marina.
En la Condamine ya se adivina que aquí el dinero corre en grandes cantidades, a juzgar por los yates atracados en el puerto, cuyas matriculaciones corresponden a las islas Bahamas, Cayman... El trazado del Gran Premio de Fórmula 1 y su famoso túnel nos lleva al suntuoso Casino de Montecarlo y sus cuidados jardines; ni qué decir tiene que por aquí desfila toda una suerte de vehículos de alta gama. Tampoco faltan los hoteleles de lujo y las joyerías más selectas. Todo muy bonito, pero obsceno y vergonzoso diría yo cuando pienso en la miseria que corre en la mayor parte del mundo.

viernes, 18 de junio de 2010

Setenta y dos


"Aunque estés prisionero de tus sueños y de tus pensamientos, formas parte del gran viaje. Cada una de tus respiraciones te acerca o te aleja de tu propia verdad."
(Faouzi Skali)

foto: jungla de cristal (Barcelona)

Norte de Argentina








Partiendo de San Salvador de Jujuy dirección norte, primero por asfalto y más adelante a través de una pista de ripio y alcanzando los 3.730 metros de altiud en la cuesta de Azul Pampa, el paisaje asombra a cada kilómetro ganado en una sucesión interminable de vertiginosas quebradas.
Pero también hay lugar para las planicies áridas donde despuntan gigantescos cactus cardones y aparecen amplios cauces ahora secos en los que, cuando el cielo se convierte en furioso mar, resurgen los llamados "volcanes", terribles riadas de caudal enloquecido que arrastra piedra y lodo, corta carreteras y, a veces, se cobra víctimas mortales.
Y precisamente viajamos al norte de Argentina en esta inoportuna época de lluvias torrenciales; no por capricho, sino por no disponer de otras fechas más propicias. Este hecho hace que día tras día sigamos la evolución de las nubes con cierta intranquilidad, especialmente cuando nos encontramos en plena montaña, por encima de los cuatro mil metros de altitud. Dentro de unas semanas sabremos lo que aquí significa una tormenta de las buenas...
Pero vayamos por partes. La quebrada de Humahuaca es famosa por su desbordante y sorprendente Naturaleza. Hay montañas que parecen morada eterna del arco íris, como el cerro de los Siete Colores, y que sin embargo no es más que una cuestión geológica, ya que cuando incide la luz solar sobre los pliegues erosionados del monte hace que la colorida variedad de éste resalte de manera espectacular. Cualquier cerro es fotogénico e interesante para explorarlo, pues la lenta erosión lo ha dotado de formas caprichosas en un medio de un desierto que dio muerte a muchos colonos españoles capitaneados por Diego de Almagro.
Los desfiladeros pueden llegar a ser perdedores, pero siempre se prestan a que uno vaya a descubrirlos. No faltan las ruinas incas, ni una población mayoritariamente indígena, pobre y humillada desde hace quinientos años. Hay pueblitos con casas de adobe donde parece que el tiempo se ha detenido: Tilcara, Purmamarca, Tumbaya, Humahuaca, Maimará... Las empanadas, ya sean de queso o carne, son sabrosísimas, y los mercadillos de los indios colla un gusto para los sentidos.
El desierto da paso a la puna -característica meseta de los Andes-, donde se asientan poblaciones como Abra Pampa o La Quiaca, esta última fronteriza con Bolivia. Los rebaños de llamas y las casitas dispersas en la inmensidad del altiplano forman parte de un paisaje que se abrasa durante el día y se hiela al caer la noche.
Una vez más, retumba el trueno y se despliegan cortinas de lluvia en el amenazador horizonte, presagiando así la inminente llegada de unos aguaceros convertidos en diluvios.

jueves, 17 de junio de 2010

Setenta y uno


"Sé consciente de tu muerte y recibirás cada hálito de vida como un don."
(Faouzi Skali)

foto: el esplendor del Cadí

miércoles, 16 de junio de 2010

Norte de Argentina (II)







Nos viene muy bien unos días de sosiego en las ciudades de San Salvador de Jujuy y especialmente en Salta. Esta última, llamada "Salta la linda", posee edificios coloniales, unas concurridas calles comerciales y unos espacios frondosos donde protegerse de un sol abrasador: el parque San Martin, la plaza 9 de Julio y el cerro San Bernardo.
Pero las ansias por lanzarnos a la aventura nuevamente nos conducen a regiones estériles y poco habitadas. Es la patria de la erosión, de los cactus, del viento cordillerano y de los cauces aparentemente inofensivos que tarde o temprano acaban por derbordarse. Somos conscientes de que estamos tentando a la suerte al viajar por zonas más o menos remotas en plena temporada de tormentas. Hasta el momento nos hemos encontrado con algunos aguaceros violentos, que aunque han provocado ciertos problemas en diversas poblaciones no han causado estragos de consideración. Todo llegará...
Recorrer la Quebrada del Toro es adentrarse en el desierto puro; una vez más nos sobrecogemos ante una Naturaleza imponente y de rabiosa belleza. En las esquilmadas laderas sólo hay cabida para las cactáceas; hay restos arqueológicos preincaicos, así como cerros de colores y montañas profundamente marcadas por la erosión, exhortando así de la dureza de la vida y del clima de estos desolados lares, aunque en las zonas bajas pueden verse diminutos oasis formados por chacras y grupos de álamos, algarrobos y sauces.
En un destartalado autobús vamos paralelos al tendido ferroviario, donde en temporada alta circula el Tren a las Nubes, que enlaza Salta con el viaducto La Polvorilla, a 4.220 metros de altura, si bien la línea de ferrocarril empalma con Chile a través del puesto fronterizo de Socompa, a los pies del homónimo volcán de seis mil metros de altitud. Ni qué decir tiene que todo este trayecto es de ensueño: primero la magia del desierto, y luego el desamparo de la puna.
San Antonio de los Cobres es un excelente lugar donde abastecerse de provisiones, así como para pasar unos días apartado del mundo, charlando con sus gentes, caminando por sus polvorientas callejuelas y recorriendo el altiplano y subiendo cerros de los alrededores.
Pero llega un día que nos vemos obligados a marchar de San Antonio de forma precipitada. La tormenta de la noche anterior ha sido brutal. El pueblo ha amanecido barrido por el lodo y por los guijarros. Se esperan nuevos episodios de lluvias torrenciales. <>, nos comunican los lugareños. A primera hora de la mañana el cielo tiene la apariencia del anochecer, y nadie nos garantiza que la maltrecha pista que remonta la Quebrada del Toro no se libre de ser cortada. <>, nos reiteran.
Más tarde los medios de comunicación se harían eco de las gravísimas inundaciones; un buen número de víctimas así lo confirmaba. Las imágenes televisadas hablaban por sí solas: la bravura del diluvio corría descontrolada por las calles, anegando a su paso pueblos y ciudades. Coches, troncos, personas..., no existía obstáculo que no pudiese arrastrar las desbordadas riadas.
Despertó al fin la rabia contenida de los "volcanes". Crecieron en lo alto de las quebradas y ya en los valles sumaron fuerzas para sembrar muerte y devastación.