miércoles, 24 de marzo de 2010

Baviera







Mucho hay por descubrir en Baviera, desde imponentes castillos surgidos de los desvaríos de un "rey loco", pasando por la singular belleza de los Alpes, iglesias de cúpulas elípticas hasta agradables ciudades donde siempre nos encontraremos numerosos espacios verdes.
Durante el viaje, cada día resulta especial porque no hay momento en el que no estemos admirando un hermoso paisaje, ya sea desde un pueblecito, desde lo alto de un castillo de cuento de hadas o bien en un recodo de la carretera. Prados verdes, innumerables lagos -como el de Chiemsee o el de Königsee- poblaciones de aguzados tejados y floridos balcones, y frondosos bosques de coníferas son la tónica de unas jornadas inolvidables.
Pero también existe un lado negativo: la nefasta climatología que se nos ha unido como compañera casi inseparable. Y conforme nos acercamos a los Alpes, peor todavía. Cada mañana, cuando salimos de la tienda de campaña, el termómetro marca cinco o seis grados centígrados -¡y eso que estamos en pleno agosto!-, y continúa lloviendo como lo ha hecho a lo largo de toda la noche. Por fortuna, tenemos una tregua cuando vamos al castillo de Neuschwanstein, y en el momento en que subimos al estratégico Nido del Águila.
Es cierto que a veces los chaparrones nos sorprenden por su violencia y en otras ocasiones la lluvia es moderada aunque persistente, pero ello no es excusa para caer en el desánimo ni para dejar pasar las horas en el calor de una cafetería. Nada nos hace cambiar de planes -ni siquiera cuando nos encontramos en una autopista a punto de inundarse-; así que bajo el paraguas y el chubasquero unas veces, y otras más afortunadas cuando el sol asoma inesperadamente, vamos viajando a lo largo y ancho del más grande -y tal vez el más conservador- de los estados federales de Alemania.

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