martes, 13 de abril de 2010

Cataratas de Iguazú















Aunque las Cataratas de Iguazú ya eran de sobras conocidas por los índios guaranís, los primeros occidentales en contemplarlas fueron los integrantes de la expedición comandada por Álvar Núñez Cabeza de Vaca, allá por el año 1541. Eran tiempos en que todo estaba por descubrir, de grandes aventuras y misteriosas leyendas.
Hemos nacido demasiado tarde para tales gestas, así que hay que contentarse con ser simples espectadores de estos descomunales saltos de agua que, por otra parte impresionan y estremecen como faraónica obra de la Naturaleza que son. No obstante, y a pesar de que las vistas desde las pasarelas acondicionadas son insuperables, no nos limitamos al típico paseo de media mañana, sino que le dedicamos a las cataratas y su entorno dos jornadas completas. Una vez más, Argentina se nos muestra con toda su grandeza.
Recorridos todos los senderos habidos y por haber, bajo las cascadas y sobre ellas, visitando la isla Grande San Martín y más tarde la espectacular Garganta del Diablo, decidimos que ha llegado el momento de seguir los caminos que se internan en la selva. Es entonces cuando nos topamos con las hormigas tigre y las podadoras, con los monos caí, con el yacaré overo, con mariposas de mil colores y una densa vegetación de tamaño asombroso.
La humedad es alta y la sudoración excesiva; pringados de barro descendemos barrancos utilizando para ello unas providenciales lianas, y así durante horas y horas, escuchando los sonidos de la intrigante selva. ¿Y si el yaguareté (jaguar) merodea por aquí? Sabemos que es muy difícil de avistarlo, aunque no es la primera vez que da un susto.
Terminado el periplo, hemos quedado extasiados por esas aguas que se precipitan al vacío, y como en otras ocasiones bien satisfechos de nuestras andanzas por la jungla. No obstante, poco sospechamos que esto no es más que el principio de un fascinante viaje: nos aguarda un mes de aventuras por las selvas de Misiones.

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