jueves, 15 de abril de 2010

Noruega (II)












Seguimos la ruta que va de Trondheim a Bergen, la que tal vez es la cara más bella de Noruega, como algunos aseguran, si bien considero que todo el país en su conjunto es espectacular. Tomamos varios ferrys para cruzar un buen número de fiordos, a cual más hermoso, rodeados siempre de abruptas montañas y un sinfín de cascadas.
A bordo de estos navíos surcamos las aguas que un día estuvieron ocupadas por ingentes cantidades de hielo. En efecto, durante el cuaternario los glaciares cubrían el territorio remodelando el relieve y dando forma de U a los valles. Con la retirada de los hielos el mar fue internándose por los actuales fiordos, hasta llegar 200 kilómetros tierra adentro y alcanzando una profundidad de 1.300 metros, como es el caso del Sognefjord.
En una singladura colmada de lluvia y vientos racheados llegamos a Alesund. En días posteriores recorremos la carretera 60, utilizando para ello un excelente transporte público. Son jornadas de vivir entre densos bosques y prados, sucediéndose entre aisladas aldeas y montañas rodeadas de algunos glaciares. Más tarde toca el turno a las cumbres que se levantan por encima de Hellesylt y Geiranger, a las navegaciones por fiordos majestuosos y a pasar largas, larguísimas horas encerrados en la tienda iglú porque los chaparrones no cesan. También tenemos la oportunidad -cuando la lluvia nos da un respiro- de ir a la cascada Storseterfossen, pasando por detrás de ella a través de un exiguo caminito tallado en la roca.
En la desolada tundra, ateridos por el frío, esperamos unas cuantas horas a que llegue el bus con dirección a Loen; es lo malo que tiene la conexión de vehículos en medio de la nada... Suerte que luego el impresionante decorado de montañas y glaciares habrá hecho que valga la pena tan sufrida espera. Y en Loen más de lo mismo: bajo una rudimentaria marquesina aguardamos durante mucho rato a que el torrencial aguacero nos deje llegar hasta el camping. Claro que este contratiempo es ridículo comparado con lo que aquí aconteció en 1905 y 1936, y que un monolito se encarga de recordar. Durante esos años unos desprendimientos en el monte Ramnefjell provocaron gigantescas olas en el lago; la catástrofe se saldó con 135 víctimas.
Briksdalsbreen, Melkevoll y Brenndal son glaciares que visitamos mientras las noches transcurren en un acogedor bungalow; la tienda de campaña la dejamos para más adelante porque ésta ya no puede absorber más agua de la que recibe. Y es que la profunda borrasca apenas da un respiro.
La encantadora ciudad de Bergen y su cercano parque nacional son la excusa idónea para estar unos días por aquí, y también los sabrosísimos bocadillos de salmón y gambas que preparan en el concurrido mercado de pescado, muy cerca de la hilera de casitas coloreadas de Bryggen, diminuta porción de lo que fue todo un barrio construido por la Liga Hanseática; el resto de las edificaciones fue pasto de las llamas en diversos incendios.
Flam y los alrededores del fiordo Aurland son el último punto donde nos detenemos antes de regresar a Oslo. Ahora ya tomamos conciencia de que el viaje toca a su fin. Y como despedida, salimos por patas mientras una fuerte tormenta nos persigue los talones, hasta que nos alcanza y nos deja por completo empapados.

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