martes, 13 de abril de 2010

Luxemburgo







Qué pequeño que es este país, pero qué agradable que resulta su visita. A esta sencilla conclusión llegamos mientras los días se suceden sin prisas, encantadores y plagados de sorpresas; eso sí, envidiando una de las rentas per cápita más altas del mundo.
Su capital ya resulta curiosa por tratarse de uno de los centros financieros de Europa, y porque bajo sus entrañas esconde una laberíntica fortificación de galerías subterráneas. El resto del país -que bien se merece cierto tiempo para conocerlo pese a su diminuto tamaño-, es un decorado de postal, de aire sosegado donde diríase que nunca pasa nada digno de mención. Su paisaje es dulce y suave, con verdes campiñas y colinas, cuando no bosques y localidades de pocos habitantes. Parece mentira que por aquí la guerra mostrase su imagen más brutal; prueba de ello son los numerosos vestigios militares que nos vamos encontrando a todo lo largo del país, y algunos museos bélicos de lo más interesante, como el de Diekrich.
Vianden posee un magnifico castillo, al igual que Wiltz, ya en las célebres Ardenas. Hay, además, numerosos pueblitos donde es conveniente hacer un alto pese a que no exista ningún reclamo destacado, o realizar excursiones por bosques frondosos que a buen seguro pocas referencias encontraremos en las guías de montaña.
Este país queda encerrado entre gigantes. Alemania y Francia ofrecen demasiada competencia a nivel turístico; y también Bélgica, con joyas como Bruselas y Brujas. Tal vez por ello es del todo aconsejable darse una vuelta por aquí, y a ser posible que no sea demasiado breve para no caer en el mismo error que cometen algunos circuitos organizados, que pasan de puntillas por estas tierras privilegiadas.

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