jueves, 25 de febrero de 2010

Cuarenta y nueve


"No hay nada más exquisito que esperar una aventura, y nada que serene tanto como vivirla."
(Leon Uris)

foto: Pic dels Pedrons (Andorra)

Berlín








Caído el infame muro y olvidado para siempre el "Telón de Acero", la vida cultural y artística de la capital alemana ha renacido de sus cenizas. Berlín vuelve a brillar como lo hizo antaño, antes de que los desvaríos de la historia se cebasen con una ciudad que tanto tenía que ofrecer. Por suerte, los malos tiempos han quedado atrás, muy atrás, y hoy día nadie duda de que Berlín es todo un referente en Europa, ya sea como destino turístico o cultural.
Berlín sienta bien para desconectar de la gran ciudad. Sí, ya sé que es una soberana contradición, teniendo en cuenta que estamos hablando de una de las grandes metrópolis del viejo continente, pero es que aquí es posible relajarse paseando por las grandes avenidas, como Strasse des 17 Juni o Unter der Linden, y no digamos ya si nos perdemos por el parque de Schloss Garten de Charlottenburg o, mejor aún, por el vastísimo Tiergarten, ubicado en pleno centro y considerado uno de los parques urbanos más grandes del mundo. El tráfico no suele representar un grave problema y el ruido nunca es excesivo, ni siquiera en las arterias más comerciales.
Nos encontramos inmersos en ese ambiente tan especial que ofrecen las fiestas navideñas de la Europa central. El aroma a salchichas fluye entre las casetas de madera donde se venden adornos propios de estas fechas, muchos son los que patinan sobre hielo y una felicidad contagiosa parece haberse adueñado de los berlineses. Algún que otro copo de nieve se escapa de los sombríos cielos, recordándonos que el invierno ya está aquí y que un humeante café con leche nos reconfortará al llegar al distrito de Moabit, donde estamos alojados. Por cierto, en un patio interior de nuestro viejo hospedaje todavía son visibles los impactos de bala de la Segunda Guerra Mundial.
Testigo de esta horrible contienda es el mundialmente famoso muro, que aún queda alguna porción en pie, un sobrecogedor Monumento al Holocausto y el no menos célebre Checkpoint Charlie, por citar unos pocos ejemplos.
Hay mucho que hacer y ver y desde luego no hay lugar para el aburrimiento. Basta con dedicarle un prolongado tiempo a la Isla de los Museos, a ir de compras a Kurfürstendamm o Friedrichstrasse, a visitar los patios modernistas de Mitte, echarle una ojeada a los futuristas edificios gubernamentales, dejarse seducir por la magia nocturna del Sony Center o contemplar la ciudad desde lo alto de Siegessäule. Todo ello sin olvidar que es cita obligada ir a Pariser Platz, donde nos aguarda la Puerta de Brandeburgo, así como visitar el Reichstag y su enorme cúpula de cristal.
No sé si será producto de la casualidad, o más bien nostalgia por una capital que sabe robar el corazón a quien la visita, pero en diversas ocasiones han llegado a mis oídos un melancólico comentario y su correspondiente suspiro por parte de los que un día fueron víctimas del hechizo berlinés: "ahhh, Berlín..., qué daría por vivir allí."

Cuarenta y ocho


"Achica tu miedo porque, si él crece, tú te harás pequeño."
(pueblo de la Amazonía)

foto: una roca en el Valira (Alt Urgell)

Bélgica







Es en las Ardenas donde tenemos nuestra primera toma de contacto con Bélgica, allí donde el país se vuelve más agreste y boscoso, y tristemente célebre por las cruentas luchas que tuvieron lugar durante el invierno de 1944-1945. Bastogne fue testigo directo de una de las más célebres batallas de la Segunda Guerra Mundial, quedando el núcleo urbano reducido a escombros.
El ambiente militar no pasa desapercibido en la región, donde no faltan museos, memoriales, algún que otro comercio dedicado al tema y carros blindados en el lugar más insospechado.
Más al norte, Lieja (Luik, en flamenco) sorprende por su falta de belleza. Pese a tener cierta fama, es una de las ciudades menos resplandecientes del país. Suerte que Bruselas no está lejos y requiere cierto tiempo de dedicación.
Efectivamente, la capital belga, sin ser un paradigma de la hermosura, sí que alberga varios puntos que difícilmente defraudarán al viajero. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, la Grand Place, a la cabeza de las plazas más impresionantes del viejo continente. Su origen se remonta a la Edad Media, y se encuentra flanqueada por imponentes edificios en los que destaca el estilo arquitectónico gótico-renacentista.
No muy lejos está una tienda dedicada exclusivamente a Tintín y su mundo de cómic, y a pocos pasos las elegantes galerías St. Hubert. La iglesia de San Nicolás y la catedral de San Miguel, así como las callejuelas que rodean a la Grand Place son motivo de visita, si bien no hay que abandonar el lugar sin saludar al Manneken Pis, que orinando desde el siglo XVII y con una estatura reducida se ha convertido en el símbolo de Bruselas.
La "Maison of England" (de estilo art nouveau) y el Palacio de Bellas Artes también revisten interés, además del barrio que acoge a las sedes de la Unión Europea. Aunque si hay otro hito destacado en la urbe ese no es otro que el Atomium, resplandeciente hoy día tras la reciente reforma. Construido con motivo de la Exposición Universal de Bruselas de 1958, la estructura (102 metros de altura) representa una molécula a tamaño gigntesco, en cuyo interior hay diversas exposiciones.
Gante, Amberes, Malinas y Lovaina bien merecen que se les dedique una visita; no obstante, la ciudad de Brujas ya es un punto y aparte, pues su casco histórico está declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO, en un decorado de canales, antiguas edificaciones e imponentes plazas.

lunes, 22 de febrero de 2010

Cuarenta y siete


"El tiempo del fracaso es la mejor estación para plantar las semillas del éxito."
(Paramahansa Yogananda)

foto: al mal tiempo buena cara (Puigcerdà)

Alsacia y Lorena










Viajando por el noreste de Francia uno llega a pensar que la vida en este lugar es apacible, sin sobresaltos y de calidad. Y de hecho así es. Sin embargo, en Alsacia y Lorena el drama se ha cebado demasiadas veces porque alemanes y franceses se han disputado el territorio, con más suerte en la actualidad para estos últimos. Las guerras trajeron la separación de familias, el pasar de una nacionalidad a otra por obligación, y evidentemente la penuria, el miedo y la muerte.
Hoy en día las jardineras con flores de vivos colores embellecen fachadas y calles; las numerosas casas de vigas entramadas son objeto de las cámaras de los turistas; las terrazas se llenan en verano; y, entre apuestos cisnes, centenares de visitantes navegan en barca en uno de tantos canales. Estrasburgo acoge a varias sedes de la Unión Europeo y, al igual que Colmar, posee un bonito y bien cuidado casco antiguo. Entre colinas alfombradas de verdes viñedos aparecen encantadores pueblecitos alsacianos, como Riquewihr y Ribeauvillé. En el norte, muy próximo al caudaloso Rin, se haya una larga colección de hermosas aldeas: Hatten y Hohwiller son un claro ejemplo. Más al oeste, ya en Lorena, Metz y Nancy rebosan de vida y dinamismo.
<>, pienso aún a sabiendas de que cuando abandonemos la placidez de unas villas medievales iremos en busca de un lugar terrorífico que bien puede resumir los avatares históricos de la región. Efectivamente, una serpenteante carretera se abre paso entre tupidos y misteriosos bosques. Nos encontramos en un punto apartado del macizo de los Vosgos, lejos de todo excepto de una cantera de granito, donde junto a ella los nazis construyeron el único campo de concentración de Francia. Alambres de espino, crematorios, una horca, torres de vigilancia, una cámara de gas, un cementerio y un monumento a los caídos recuerda que en estas tierras el horror se paseó a sus anchas.
Y también lo hizo durante la I Guerra Mundial y otras contiendas anteriores, siempre por ambiciones territoriales. Prueba de esas luchas se ponen de manifiesto constantemente, ya que no son difíciles de encontrar un sinnúmero de búnkers, algunos de ellos acondicionados para su visita, como la inmensa porción de la Línea Maginot de Schoenenbourg o la también fortificación subterránea de Lembach.
Pero la paz vuelve a reinar desde 1945 y Estrasburgo es un lugar de indiscutible referencia en Europa. Así mismo, Lorena y especialmente Alsacia atraen a miles de visitantes cada año, ya sea para seguir la "Ruta del Vino", para realizar excursiones en los Vosgos o para disfrutar de un amplio patrimonio cultural.

Cuarenta y seis


"Vive cada día como si fueras a vivir cien años, vive como si vivieras el último día de tu vida."
(proverbio árabe)

foto: Caldea (Andorra)

martes, 16 de febrero de 2010

Venezuela







Unos pocos días en Caracas y ya estoy estresado. Ruido a todas horas, como si la ciudad no deseara nunca irse a dormir; y el tráfico, denso y compuesto por desvencijados vehículos, ensuciando la atmósfera de nocivos humos. Mucha gente, como en cualquier metrópoli; modernos edificios surgidos de la fiebre del petróleo que han acabado para siempre con las viviendas coloniales.
Paseos arriba y abajo por la comercial Sabana Grande. Un mar de fabelas siempre a la vista. Pese a los alarmistas comentarios que había escuchado sobre la capital, ésta me parece relativamente segura, y en ningún momento llego a presentir el acecho del delincuente.
Caracas cansa y agobia, y más cuando un calor pegajoso y húmedo se ensaña con la urbe un día tras otro. Es hora de emigrar. Y nada mejor que ir a parar a la cordillera de los Andes. Mérida es una excelente base para explorar la región: el Parque Nacional Sierra Nevada y sus elevadas cumbres, la jungla -Bosque Nublado para los lugareños-, el teleférico que alcanza mayor distancia y altura del mundo, aldeas remotas y quebradas profundas, lagunas azules, verdes... Aquí se colman -y de sobra- la expectativas de cualquiera que anhele aventuras. Y esta vez, viajando por Venezuela sin más compañía que mi propia sombra, la aventura está garantizada. Claro que las lluvias con aspecto de diluvio condicionarán la actividad a realizar, ¡y eso que es la estación seca!
Pues sí, llueve a mares y son pocas las jornadas de tiempo estable. Pero haberlas haylas. Así que las aprovecho para encaramarme por los Andes, para sumergirme en lo más intrincado de la selva o para llegar a apartadas aldeas a bordo de los llamados "por puesto" (taxis colectivos que sólo funcionan cuando se llenan todas las plazas disponibles) que, gracias a Dios, no se van barranco abajo en las maltrechas carreteras que con frecuencia se asoman al vacío.
Tras la alta montaña toca ahora el Caribe, paraíso de tiburones y naufragios, de huracanes y leyendas de piratas. Es momento de cocoteros y anticiclones. Pero igualmente hay lugar para selvas, marismas e incluso un desierto de imitación sahariana. Todo ello se encuentra en la península de Paraguaná.
Una vez marchas de Venezuela, ésta deja un buen sabor de boca, una experiencia de lo más enriquecedora. Sus gentes hacen que la estancia sea muy grata, Las junglas, las montañas y la gastronomía hacen el resto.

Cuarenta y cinco


"Mi regla consiste en ofreceros hospitalidad y dejaros marchar en paz."
(un ermitaño del desierto)

Foto: Torre de Solsona (Alt Urgell)

Marruecos







Tan cercanos y tan desconocidos. Tan próximos y tan diferentes. Es curioso que al otro lado del Estrecho de Gibraltar tenga lugar un mundo completamente opuesto al nuestro, tanto en creencias como en costumbres. La ignorancia que tenemos los unos de los otros es recíproca. Desde el Magreb nos ven nadando en la opulencia, como si el dinero nos sobrase a raudales, y desde España muchos son los que tienen una imagen negativa del país vecino.
Pero Marruecos, ante todo, es una tierra sumamente hermosa y hospitalaria. Y mágica. Basta con plantarse en la plaza Jemaa El Fna de Marrakech para creerse transportado en el tiempo. Es como si de golpe hubiésemos ido a parar a una fábula oriental de la Edad Media. Encantadores de serpientes, adiestradores de monos, danzarines, magos, músicos, vendedores de zumos, de "kebabs" o salchichas, comerciantes varios, cuentacuentos, algún que otro turista a lomos de un camello..., todo ello forma parte de un espectáculo que jamás se detiene, y que incluso aumenta con la llegada del crepúsculo. Más allá se extiende el laberíntico zoco, donde se mezclan los aromas de especias y buen lugar para regatear y comer a destajo. La Medina se merece unos cuantos días de exploración, y las murallas que rodean a ésta una visita prolongada.
Ya en las afueras de Marrakech, el Palmeral se extiende entre villas acaudaladas, mientras que la proximidad del Atlas nos recuerda que la aventura está a un paso. Si nos adentramos en la cordillera será fácil toparse con poblados de adobe. En las fabulosas cascadas de Ouzoud encontraremos macacos de Berbería. Y vayamos donde vayamos siempre estaremos receptivos y hechizados. Porque Marruecos, pese a hallarse tan próximo, es capaz de ofrecernos un viaje inolvidable. Un viaje con letras mayúsculas.

lunes, 15 de febrero de 2010

Cuarenta y cuatro


"Mira la vida de frente desde la fuerza de tu alma y serás dueño de tus circunstancias."
(Sri Aurobindo)

foto: subtropical (Azores)

Isla Graciosa






Siguiendo los pasos del explorador normando Jean de Bethencour, que a las órdenes de Enrique III de Castilla conquistó en 1402 la Isla Graciosa, bordeamos por babor los abruptos riscos de Famara en una singladura breve y algo agitada. Estos salvajes farallones se prolongan mar adentro hasta culminar en la Punta Fariones, que como una aguzada proa se levanta detrás de un roque donde se halla un pequeño pero vital faro. No hay ninguna población ni rastro alguno del ser humano, sólo vertiginosas laderas que caen a El Río, el estrecho que separa Lanzarote de Isla Graciosa.
Y en esta isla de 29 kilómetros cuadrados desembarcamos, concretamente en Caleta del Sebo. Hay una diminuta flota pesquera amarrada a puerto, casitas blancas de una sola planta, calles sin asfaltar, algunas tabernas y jóvenes vendiendo artesanía bajo parasoles.
Los taxis todoterreno, dejando una nube de polvo tras de sí, se apresuran a llevar a la clientela a una playa situada en el norte. Nosotros también vamos en esa dirección, pero caminando pese al flamígero sol que se desploma sobre esta desértica tierra donde ya vislumbramos una serie de volcanes. Precisamente, uno de los cinco volcanes existentes en la isla es nuestra meta. La Montaña Bermeja posee unas inestables laderas rojizas, está coronada por una cruz de madera y hay unas hendiduras horizontales que, según atestigua un escrito en el libro de cumbre, meses atras fluyeron columnas de humo y en el aire se respiraba un fuerte olor a azufre. Sea como fuere, lo cierto es que desde la cima se disfrutan unas vistas que valen su peso en oro. A nuestros pies se extiende un territorio árido, dibujado por unos volcanes que rompen la monotonía de la llanura. La mirada se pierde en el océano, primero topándose con la isla de Montaña Clara y el Roque del Infierno; de inmediato, otea la isla de Alegranza, y quisiera adivinar también las islas Selvagens, pero eso ya no puede ser. La toponomía del lugar nos habla de un territorio que merece ser explorado con paciencia: Llanos de Majapalomas, Agujas Grandes, Punta del Bajío, Montaña Amarilla...

viernes, 12 de febrero de 2010

Cuarenta y tres


"Lo mejor de la vida es el pasado, el presente y el futuro."
(Pier Paolo Pasolini)

foto: Hotel Princess (Barcelona)

Toscana





Viajar a la Toscana es empaparse de arte y cultura, apreciar villas donde la buena vida transcurre entre copas del más exclusivo vino, y descubrir encantadores pueblos y un suave paisaje de verdes colinas y espigados cipreses. Pero ante todo, la Toscana llama la atención del mundo entero gracias a sus tres ciudades principales: Florencia, Pisa y Siena.
Nosotros no somos una excepción, y hemos escogido como objetivo principal los hitos arquitectónicos más destacados de estas tres ciudades. Tanta es la cantidad que abruma, y eso sin contar los innumerables museos que pueden visitarse. No es de extrañar, pues, que haya gente que ha sufrido el denominado síndrome de Stendhal, como ya le ocurrió al célebre escritor francés. Se trata de una crisis de ansiedad por el cúmulo de hermosos monumentos con los que a cada paso se encuentra el viajero. Y no es broma, esto le ha sucedido a más de uno.
Florencia ya es por sí sola un canto a la belleza más deslumbrante. Miguel Ángel, Giotto, Botticelli o Brunelleschi se encargaron de que así fuera. Paseando por la capital del Renacimiento no tardamos en toparnos con la catedral Santa Maria del Fiore, cuya majestuosa presencia corta la respiración. Y no es para menos. Su fachada de mármol resplandece bajo un sol mediterráneo al que pretende alcanzar el vertiginoso campanile de 84 metros de altura. Todo este armonioso conjunto arquitectónico es coronado por la fabulosa cúpula -obra de Brunelleschi-, que emerge de la urbe cuando nos asomamos al mirador de la Piazzale Michelangelo, teniendo toda la ciudad del Arno a nuestros pies.
No nos hemos recobrado de la admiración de la catedral, que ya aparece un museo al aire libre: la Piazza Della Signoria, con su colección de estatuas, la Fuente de Neptuno, el Palazzo Vecchio y muy cerca la Galleria degli Uffizi. Luego, el Ponte Vecchio, sobre el plácido Arno, rompe por completo los esquemas de cómo tiene que ser un puente; éste tiene ventanas, comercios y el llamado corredor Vasariano.
Pero todavía hay más, mucho más: las "chiesas" de Santa Croce -aquí es donde Stendhal estuvo a punto de desmayarse-, Santa Maria Novella, San Miniato al Monte, San Lorenzo, además de un puñado de "palazzos" y no sé cuantos museos más.
Florencia es tan sublime, tan sumamente arrebatadora que ni siquiera las hordas de turistas consiguen ensombrecerla. Florencia brilla con luz propia incluso en los días brumosos. Por eso, Florencia siempre resplandecerá en nuestra memoria.