martes, 16 de febrero de 2010

Venezuela







Unos pocos días en Caracas y ya estoy estresado. Ruido a todas horas, como si la ciudad no deseara nunca irse a dormir; y el tráfico, denso y compuesto por desvencijados vehículos, ensuciando la atmósfera de nocivos humos. Mucha gente, como en cualquier metrópoli; modernos edificios surgidos de la fiebre del petróleo que han acabado para siempre con las viviendas coloniales.
Paseos arriba y abajo por la comercial Sabana Grande. Un mar de fabelas siempre a la vista. Pese a los alarmistas comentarios que había escuchado sobre la capital, ésta me parece relativamente segura, y en ningún momento llego a presentir el acecho del delincuente.
Caracas cansa y agobia, y más cuando un calor pegajoso y húmedo se ensaña con la urbe un día tras otro. Es hora de emigrar. Y nada mejor que ir a parar a la cordillera de los Andes. Mérida es una excelente base para explorar la región: el Parque Nacional Sierra Nevada y sus elevadas cumbres, la jungla -Bosque Nublado para los lugareños-, el teleférico que alcanza mayor distancia y altura del mundo, aldeas remotas y quebradas profundas, lagunas azules, verdes... Aquí se colman -y de sobra- la expectativas de cualquiera que anhele aventuras. Y esta vez, viajando por Venezuela sin más compañía que mi propia sombra, la aventura está garantizada. Claro que las lluvias con aspecto de diluvio condicionarán la actividad a realizar, ¡y eso que es la estación seca!
Pues sí, llueve a mares y son pocas las jornadas de tiempo estable. Pero haberlas haylas. Así que las aprovecho para encaramarme por los Andes, para sumergirme en lo más intrincado de la selva o para llegar a apartadas aldeas a bordo de los llamados "por puesto" (taxis colectivos que sólo funcionan cuando se llenan todas las plazas disponibles) que, gracias a Dios, no se van barranco abajo en las maltrechas carreteras que con frecuencia se asoman al vacío.
Tras la alta montaña toca ahora el Caribe, paraíso de tiburones y naufragios, de huracanes y leyendas de piratas. Es momento de cocoteros y anticiclones. Pero igualmente hay lugar para selvas, marismas e incluso un desierto de imitación sahariana. Todo ello se encuentra en la península de Paraguaná.
Una vez marchas de Venezuela, ésta deja un buen sabor de boca, una experiencia de lo más enriquecedora. Sus gentes hacen que la estancia sea muy grata, Las junglas, las montañas y la gastronomía hacen el resto.

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