martes, 16 de febrero de 2010

Marruecos







Tan cercanos y tan desconocidos. Tan próximos y tan diferentes. Es curioso que al otro lado del Estrecho de Gibraltar tenga lugar un mundo completamente opuesto al nuestro, tanto en creencias como en costumbres. La ignorancia que tenemos los unos de los otros es recíproca. Desde el Magreb nos ven nadando en la opulencia, como si el dinero nos sobrase a raudales, y desde España muchos son los que tienen una imagen negativa del país vecino.
Pero Marruecos, ante todo, es una tierra sumamente hermosa y hospitalaria. Y mágica. Basta con plantarse en la plaza Jemaa El Fna de Marrakech para creerse transportado en el tiempo. Es como si de golpe hubiésemos ido a parar a una fábula oriental de la Edad Media. Encantadores de serpientes, adiestradores de monos, danzarines, magos, músicos, vendedores de zumos, de "kebabs" o salchichas, comerciantes varios, cuentacuentos, algún que otro turista a lomos de un camello..., todo ello forma parte de un espectáculo que jamás se detiene, y que incluso aumenta con la llegada del crepúsculo. Más allá se extiende el laberíntico zoco, donde se mezclan los aromas de especias y buen lugar para regatear y comer a destajo. La Medina se merece unos cuantos días de exploración, y las murallas que rodean a ésta una visita prolongada.
Ya en las afueras de Marrakech, el Palmeral se extiende entre villas acaudaladas, mientras que la proximidad del Atlas nos recuerda que la aventura está a un paso. Si nos adentramos en la cordillera será fácil toparse con poblados de adobe. En las fabulosas cascadas de Ouzoud encontraremos macacos de Berbería. Y vayamos donde vayamos siempre estaremos receptivos y hechizados. Porque Marruecos, pese a hallarse tan próximo, es capaz de ofrecernos un viaje inolvidable. Un viaje con letras mayúsculas.

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