jueves, 4 de febrero de 2010

Helsinki





La primera impresión que tenemos de la capital finlandesa es que aquí el frío no es poca cosa. Mochila a la espalda, transitamos por Kauppiaankatu en busca de alojamiento, poco después de haber pasado bajo la hermosa catedral ortodoxa de Uspenski mientras el aire glacial del norte, que nos fustiga el rostro sin piedad, parece burlarse descaradamente de nuestras prendas térmicas. El crepúsculo se nos presenta así de polar, suerte que horas más tarde dormiremos con placidez entre mullidos edredones de pluma.
A orillas del Báltico y rodeada por un sinfín de islas boscosas, Helsinki se nos descubre como una ciudad interesante -nórdica pero no escandinava, tal como afirman los fineses-, perfecta para callejear unos cuantos días en compañía del crudo clima de estas latitudes. Y ese mar encrespado por el que continuamente navegan ferrys camino de los países vecinos, es ahora testigo de nuestros paseos por Kauppatori, la concurrida plaza donde se alínea un mercado callejero en el que pueden encontrarse desde souvenirs a pescado fresco, al tiempo que turistas y lugareños se mezclan en un decorado de edificios solemnes.
Si el templo ruso ya nos pareció digno de admiración, la catedral luterana (Tuomiokirkko) nos deja embobados por su majestuosa arquitectura. Tan blanca como clásica, se levanta sobre las anchas escalinatas donde muchos intentan atrapar los últimos rayos de sol antes de la inminente llegada del largo invierno. La catedral no está sola, pues comparte espacio junto a la Biblioteca, la Casa Sederholm, el Palacio de Gobierno y la Universidad.
Además del Parlamento, con sus catorce colosales columnas corintias, en la estación de tren (s. XIX) la arquitectura también cobra protagonismo, ya que ha conseguido ser uno de los emblemas de la ciudad con su torre y sus agigantadas estatuas que sostienen entre ambas manos unos globos de cristal; igualmente, los fines de semana por la noche se convierte en centro de reunión de jóvenes completamente ebrios, fiel reflejo del problema que representa el alcoholismo en este país.
El célebre arquitecto Alvar Aalto tiene en Helsinki su casa-museo, de la misma manera que el compositor Jean Sibelius (1865-1957) es recordado en un monumento compuesto por casi seiscientos tubos de acero, los cuales emiten un mágico sonido en los días de viento. Lagos, islas, bosques, kilómetros de carriles bici y grandes parques dan un respiro en la gran ciudad, un rincón ideal donde buscar la quietud fuera de los grandes almacenes y el tráfico diario pese a que Helsinki nunca llega a ser del todo estresante.

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