jueves, 11 de febrero de 2010

Toscana (II)







Atrás ha quedado la hermosa imagen de Florencia, ya imperecedera en nuestra memoria, como si se tratara de un sueño del que nunca quisiéramos despertar. Pero la realidad es otra, y con los párpados abiertos de par en par vamos devorando esos escenarios que sólo la Toscana puede ofrecernos. Sus campos son verdes y ondulados, con cipreses que apuntan a un cielo desprovisto de nubes. De tanto en tanto aparecen apiñados pueblecitos puramente mediterráneos, y aislados caseríos que lo mismo pueden tratarse de rústicas granjas que de refinadas villas propiedad de algún adinerado extranjero.
Siena nos traslada a la época medieval a través de sus antiquísimas callejuelas y evocadores edificios, como el Palazzo Pubblico, la iglesia de San Domenico o el resplandeciente Duomo. La inclinada Piazza del Campo, en forma de abanico, es un buen lugar donde tomarse un respiro e imitar a los presentes, sentándonos en el suelo alrededor de la Fonte Gaia, una rctangular pila de mármol con bellos relieves. En esta plaza tiene lugar el célebre Palio, una antigua carrera de caballos sin montura que atrae a miles de visitantes.
En nuestro deambular por la Toscanana no podía faltar la inigualable Pisa. La silueta de su archiconocida torre inclinada ya emociona desde la distancia, cuando la vemos emerger desde los tejados adyacentes. Pero es al llegar al amplio Campo dei Miracoli cuando nos estremecemos de verdad. Ante nosotros se extiende una joya arquitectónica única: sobre el brillante césped se levanta el conjunto románico de la catedral, el baptisterio, el camposanto y, como no, la torre inclinada. Hay quienes afirman que ésta es una de las plazas más encantadoras del mundo. Creo que están en lo cierto.
Pisa merece ser explorada más allá del Campo dei Miracoli. Un paseo a orillas del Arno siempre es recomendable, pues tarde o temprano el viajero se topará con la diminuta y curiosa Chiesa di Santa Maria Della Spina. Luego, tras cruzar por capricho los diferentes puentes sobre el río -una buena manera de obtener distintas perspectivas de la urbe-, siempre sentará bien tomarse un humeante capuchino en una de las numerosas cafeterías del casco antiguo. Y por qué no, ya puestos brindar con el espumoso café por este delicioso viaje.

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