jueves, 20 de mayo de 2010

Sesenta y nueve


"Se ha de estar solo para percibir el lenguaje de la Naturaleza. Ésta habla en voz baja y, si hay demasiado ruido, perdemos muchas de sus palabras."
(Abbé Henry)

foto: Comapedrosa (Andorra)

Laponia sueca









Viajamos a la Laponia sueca por dos motivos en especial: el primero de ellos es realizar varias ascensiones por encima del Círculo Polar Ártico en pleno invierno. El otro, y no menos importante, es la observación de la aurora boreal.
Alcanzamos varias cimas de manera satisfactoria, unas veces nadando en la nieve y otras en ausencia de ésta porque el viento la ha barrido valle abajo, dejando en su lugar una fina capa de hielo. No nos encontramos con temperaturas extremas -cosas del cambio climático, dicen- aunque el frio, lógicamente, se deja sentir cada día. Y si hay algo que agradecemos es la absoluta soledad que tenemos en la montaña, lo que hace que nuestro peregrinar por las cumbres sea más auténtico; claro que en poblaciones como Kiruna, Lulea -donde el mar Báltico se halla por completo congelado-, Jokkmokk o Kvikkjokk no puede decirse que la muchedumbre invada las calles, más bien todo lo contrario.
La falta de turismo en estas fechas también nos beneficia a la hora de alojarnos, ya que tenemos a nuestra entera disposición los refugios y albergues en los que nos vamos hospedando. Todos ellos de un confort supremo.
El Gran Norte nos brinda un escenario majestuoso, absolutamente blanco. La taiga se extiende con su mar de coníferas, y por encima se eleva todo un rosario de cimas y collados que hacen volar la imaginación. Tenemos la suerte de recorrer el delta de un río congelado en una moto-nieve, gracias a la hospitalidad de unos lugareños.
Y como colofón a un viaje maravilloso, de aventura y libertad, somos espectadores del hechizo de la dama boreal, sin importarnos el frio reinante y plantados en medio de la oscuridad ártica. Ha valido la pena todas estas noches de incertidumbre, de llamadas no atendidas que se perdían en la magnitud del espacio.
La aurora boreal extiende su larguísima y curvada estela de tonalidades verdosas y violetas flotando delicadamente en la brillante bóveda celeste. Sus movimientos son casi imperceptibles, mágicos, como nunca me lo había imaginado, ondulando su efímero cuerpo como una sensual danzarina mitológica. Está de una belleza arrebatadora, vestida con sus galas más espectaculares.
Al cabo de unos minutos la cortina de partículas solares se va diluyendo lentamente. Seguimos sin movernos. El silencio es impresionante. Antes de que el hermoso fenómeno desaparezca pido un deseo para mis adentros: un tercer viaje a Laponia.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Sesenta y ocho


"El camino a la cumbre es como la marcha hacia uno mismo, una ruta en solitario."
(Alessandro Gogna)

foto: frente a frente (Pic de l´Angonella, Andorra)

Normandía (segundo viaje)






Al igual que en el anterior viaje a Normandía, vamos en busca de diversos escanrios de la II Guerra Mundial, esos vestigios del ejército que los franceses han sabido sacar provecho a pesar de ser una macabra muestra de una de las páginas de las historia más dramáticas del país galo.
En esta región de verdes campiñas, largas playas y climatología cambiante, tuvieron lugar cruentas batallas que acabaron con la vida de miles y miles se seres humanos de diferentes nacionalidades. Prueba de ello son los numerosos cementerios militares que hay esparcidos por toda la zona; cruces y lápidas de un blanco inmaculado resplandecen sobre la alfombra de césped, recordando el nombre, rango y edad de aquellos que cayeron víctima de la barbarie humana.
Cap Gris-Nez es el punto de la costa normanda más próximo a Gran Bretaña. Desde la Batterie Todt de Audinghen los alemanes bombardearon sistemáticamente tierra inglesa con un cañón de 380mm., capaz de lanzar obuses de 800 kg. a una distancia de 42 kilómetros. Ese poderoso cañón ya no está, pero por contrapartida puede visitarse el bunker donde se hallaba, de dimensiones descomunales y que cuenta con un museo. En el exterior se conservan algunas piezas de artilleria pesada y carros de combate, destacando otro gigantesco cañón, el Leopold, de 280mm. y que se transportaba sobre vía férrea. Sólo quedan dos en el mundo; el otro se encuentra en EE.UU.
Más tarde, dejando la costa atrás, nos adentramos en el complejo de La Coupole, una antigua base alemana donde además de lanzar, construían y almacenaban la V2, el arma secreta de Hitler con la que arrasó parte de Londres. Accedemos a la siniestra instalación por medio de profundos túneles excavados a pico y pala por cientos de prisioneros. La temperatura aquí dentro ronda los 7º. Luego, un ascensor nos eleva hasta el interior de la cúpula; allí podemos contemplar una exposición sobre misiles, cohetes y la tragedia que supuso la II Guerra Mundial.
El crepúsculo nos sorprende entre brumosas colinas y aisladas granjas esparcidas aquí y allá en los lindes de un frondoso bosque, tan misterioso él que parece guardar algún secreto. Y así es. En las tupidas masas forestales de Eawy, donde a duras penas logran penetrar las últimas luces del día, se encuentra otra base secreta nazi: la lanzadera de bombas volantes V1 de Val-Ygot; tres hectáreas que estremecen porque la noche se cierne sobre nosotros; porque ya no queda ningún visitante; porque el tenebroso canto del búho, oculto en la oscuridad del bosque, acompaña a una llovizna que riega un lugar impregnado de muerte y destrucción. Aún son visibles los cráteres que dejaron las bombas de los aliados. Quedan todavía algunos bunkers y otras casamatas, así como una amenazante V1 apostada sobre la lanzadera, apuntando hacia un cielo encapotado que anuncia la inmediatez del anochecer.
Antes de abandonar definitivamente Normandía hacemos un alto en los blancos acantilados de la Côte d´Albâtre, para luego pasear por las concurridas calles de Honfleur.

Sesenta y siete


"El deber es la verdadera fuente de los derechos. Si asumimos nuestros deberes, se pondrán claramente de manifiesto nuestros derechos."
(Gandhi)

foto: silueta futurista (Barcelona)

Patagonia (primer viaje)






Llevo un montón de días recorriendo la Araucanía y el Distrito de los Lagos, yendo de una población a otra en pos de un cielo sin precipitaciones. Pero no, no es posible huir de las violentas tormentas que, un día sí y otro también, se desploman sobre esta parte de la Patagonia chilena.
Aguardo con resignación una bonanza climatológica que no llega nunca, y sin ella mi situación económica empeora a pasos agigantados, ya que me veo obligado a dormir en hostales y no puedo plantar la tienda de campaña en alguno de los muchos parques nacionales de la región, cosa que habría abaratado notablemente los costos del viaje. Los aguaceros son tan exagerados que a veces ni tan siquiera puedo salir del alojamiento. Puerto Montt, Osorno, Pucón... ¡Cada lugar evoca a un diluvio!
No obstante, el sur de Chile es rabiosamente hermoso: lagos por doquier, volcanes imponentes (Tronador, Puntiagudo, Lanín, Puyehue, Casablanca...), bosques de araucarias, el centelleante verdor de los prados, las construcciones de madera de apariencia nórdica, un sinfin de cascadas...
Por fin me he topado con un anticiclón de los de verdad, pero ha sido tras largos días de espera y mucho más al norte de lo deseado. Sin embargo, ahora siento que el viaje comienza a cobrar fuerza, especialmente cuando el autobús se aleja por la pista dejando tras de sí una nube de polvo. Me encuentro en un cruce de caminos, solo, sin más compañía que mi pesada mochila, a muchos kilómetros de mi objetivo, el volcán Antuco, cuya silueta cónica y nevada destaca de un cielo añil, tan puro, tan profundamente azul que parece recién pintado.
Y por fortuna continúo en soledad en mi peregrinaje por el Parque Nacional Laguna del Laja, y también en el momento de hollar la cumbre del mencionado volcán. Son jornadas en las que el silencio y el desamparo de una Naturaleza brutal te hace sentir libre y salvaje, feliz como nunca. Y en esa cima de discretas fumarolas, frente a los glaciares de Sierra Velluda, hostigado por la gelidez de un viento que no da tregua, veo la vida como un don merecedor de ser disfrutado al máximo, sin respiro. Aún no he finalizado el viaje, que ya estoy pensando en el siguiente.

Sesenta y seis


"Con frecuencia, el dinero no da la felicidad; la falta de dinero, nunca."
(Anónimo)

foto: lluvia en los tejados (Frankfurt)

Lanzarote








Es muy difícil que esta isla deje indeferente a quien la visite por vez primera. El motivo no es otro que su negruzco suelo de escoria volcánica, los mares de lava y, como no, los conos volcánicos que se yerguen por doquier. A veces, y salvando las distancias y las lógicas diferencias, uno no puede evitar compararla con islandia, al fin y al cabo las fuerzas telúricas se encargaron de engendrar a ambas, cuya huella producida hace miles de años es actualmente bien visible.
Aunque, bien pensado, no creo que toda esta maravilla natural le interese mucho a una parte del turismo extranjero, a juzgar por sus largas horas achicharrándose en la playa y los partidos de fútbol televisados en los pubs frente a una espumosa cerveza. Ya se sabe, hay gente para todo...
Pues ellos se lo pierden, porque Lanzarote y su misteriosa fisonomía de paisaje lunar no es algo que pueda contemplarse todos los días. El Parque Nacional de Timanfaya y sus Montañas de Fuego tienen fama a nivel mundial, y en los llamados Malpaís uno puede creerse que se encuentra en otro planeta. A quien los volcanes sean de su agrado, no hay duda, esta isla es la suya.
Pero hay otros motivos por los que Lanzarote es del todo recomendable: pueblitos como Yaiza o Teguise nos dejarán un agradable recuerdo de serenidad y belleza en medio de tanta desolación; los riscos de Famara impresionan por su salvaje apariencia; las obras de César Manrique, las sugerente playas y la exquisita gastronomía que puede degustarse en Arrecife, sólo por citar unos pocos ejemplos de lo que esta isla ofrece.
Aquí cobra veracidad eso de que para ver maravillas no hace falta irse al otro extremo del mundo; en cuestión de tres horas de vuelo desde Barcelona se llega a la isla negra, donde con toda seguridad al viajero se le despertarán todos los sentidos y, echándole imaginación, se creerá transportado en el tiempo y en el espacio.

viernes, 14 de mayo de 2010

Sesenta y cinco


"El genio se compone de un dos por ciento de talento y un noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación."
(Beethoven)

foto: dos edificios con solera (La Seu d´Urgell)

norte de chile












Aturdido por el cansancio de días anteriores y por el largo viaje de 2.000 kilómetros en autobús, me desperté con la felicidad que entraña el saberme en un territorio árido, sin aparentes signos de vida, poco amable con el ser humano y donde el astro rey impone su ley de fuego. Por fin, había alcanzado el norte de Chile.
Disponía de un mes entero para vagar en soledad por un territorio diríase moldeado por gigantes: desiertos, salares, altiplanos, volcanes..., todo cobraba unas dimensiones fuera de lo común; qué privilegio sentirse pequeño ante tal demostración de poderío y hostilidad por parte de la Naturaleza.
Deambulé por inhóspitos parajes fronterizos con perú y Bolivia, muy al contrario de lo que aconsejaban algunos lugareños, que me auguraban un extravío seguro, un accidente en la montaña o, en el peor de los casos, sirviendo de manjar al puma. Nada de eso sucedió, ningún contratiempo salvo los clásicos malestares producidos por alcanzar los 5.000 metros de altitud en el cerro Guane-Guane.
Ni rastro del felino, pero sí manadas de vicuñas y pequeños tornados que, con gráciles movimientos y girando sobre sí mismos recorrían la vasta estepa como almas en pena hasta perderse en lontananza. Viento y silencio aplastante como únicos compañeros de viaje en un escenario arrebatadoramente hermoso, escasamente poblado, cuajado de volcanes, bofedales y quebradas desérticas.
Los Andes, como siempre, no dejaron de sorprenderme, y en Putre o Parinacota -entre otras diminutas poblaciones- sentí la hospitalidad de quienes poco tienen que ofrecer, prestos ellos a interrogar sin malicia por sus ansias de saber cómo es Europa, porqué los de allí somos todos "ricos", cómo va el Real Madrid o el Barça este año...
En este alucinante viaje al Gran Norte, al punto más septentrional de la geografía chilena, también hubo momentos para conocer el desierto costero -el Monumento Natural La Portada es un buen lugar para ello-, allí donde el anchuroso océano Pacifíco le cierra el paso y donde se levantan algunas interesantes ciudades: Arica, Iquique y Antofagasta, dignas todas ellas para un merecido descanso tras sucesivas y extenuantes jornadas en la cordillera.



jueves, 13 de mayo de 2010

Sesenta y cuatro


"El secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace."
(León Tolstoi)

foto: la fuerza del agua (Alt Urgell)

Sicilia









Historia y leyenda se funden desde la noche de los tiempos en Sicilia, isla que vive a la sombra del poderoso Etna, un volcán que aún no ha dicho su última palabra. Y es su enigmática atracción la principal razón por la cual hemos venido a la más grande de las islas del Mediterráneo.
Sicilia evoca historia en estado puro, pues no en vano los múltiples yacimientos arqueológicos son uno de sus motivos principales de visita, y a cual más interesante: Naxos, Agrigento, Selinute, Siracusa, Lípari... La lista es larga porque los antiguos griegos y romanos dejaron un importante legado para la posteridad. Siracusa, por ejemplo, llegó incluso a rivalizar con Atenas en lo que al poder se refiere. No obstante, debido a su situación estratégica, entre la península itálica y el norte de África, la isla fue cambiando de manos invasoras constantemente; por aquí pasaron fenicios, bizantinos, árabes, españoles, normandos...
Cuando se viaja por Sicilia, uno es testigo de la gran contradicción que aquí reina. Es frecuente toparse con afeadas poblaciones, suciedad, dejadez y exceso de ruido y caos en las ciudades más grandes. Sin embargo, como por arte de magia, una explosión de belleza estalla ante la atónita mirada del visitante. Es el caso de Ragusa, cuando la luz crepuscular se posa sobre la colina que ocupa el apiñado casco antiguo. Y lo mismo sucede con la deslumbrante catedral de Noto, con la barroca arquitectura de Módica y con Siracusa, que hermosa ella nos regala un importante yacimiento arqueológico y una pequeña península ocupada por la zona antigua de la urbe.
Así es esta isla, desordenada unas veces, esplendorosa y única otras; a fin de cuentas, como buena hija mediterránea, puede mostrarse conservadora, cruel y rebelde al mismo tiempo.
Y parafraseando a Vesna Maric, autora de la guía Sicilia, de Lonely Planet:

"... incluso con todas estas contradicciones, Sicilia es una maravilla. Tiempo después de haberla visitado el viajero verá como su mente y su alma siguen enganchadas a ella."