jueves, 20 de mayo de 2010

Laponia sueca









Viajamos a la Laponia sueca por dos motivos en especial: el primero de ellos es realizar varias ascensiones por encima del Círculo Polar Ártico en pleno invierno. El otro, y no menos importante, es la observación de la aurora boreal.
Alcanzamos varias cimas de manera satisfactoria, unas veces nadando en la nieve y otras en ausencia de ésta porque el viento la ha barrido valle abajo, dejando en su lugar una fina capa de hielo. No nos encontramos con temperaturas extremas -cosas del cambio climático, dicen- aunque el frio, lógicamente, se deja sentir cada día. Y si hay algo que agradecemos es la absoluta soledad que tenemos en la montaña, lo que hace que nuestro peregrinar por las cumbres sea más auténtico; claro que en poblaciones como Kiruna, Lulea -donde el mar Báltico se halla por completo congelado-, Jokkmokk o Kvikkjokk no puede decirse que la muchedumbre invada las calles, más bien todo lo contrario.
La falta de turismo en estas fechas también nos beneficia a la hora de alojarnos, ya que tenemos a nuestra entera disposición los refugios y albergues en los que nos vamos hospedando. Todos ellos de un confort supremo.
El Gran Norte nos brinda un escenario majestuoso, absolutamente blanco. La taiga se extiende con su mar de coníferas, y por encima se eleva todo un rosario de cimas y collados que hacen volar la imaginación. Tenemos la suerte de recorrer el delta de un río congelado en una moto-nieve, gracias a la hospitalidad de unos lugareños.
Y como colofón a un viaje maravilloso, de aventura y libertad, somos espectadores del hechizo de la dama boreal, sin importarnos el frio reinante y plantados en medio de la oscuridad ártica. Ha valido la pena todas estas noches de incertidumbre, de llamadas no atendidas que se perdían en la magnitud del espacio.
La aurora boreal extiende su larguísima y curvada estela de tonalidades verdosas y violetas flotando delicadamente en la brillante bóveda celeste. Sus movimientos son casi imperceptibles, mágicos, como nunca me lo había imaginado, ondulando su efímero cuerpo como una sensual danzarina mitológica. Está de una belleza arrebatadora, vestida con sus galas más espectaculares.
Al cabo de unos minutos la cortina de partículas solares se va diluyendo lentamente. Seguimos sin movernos. El silencio es impresionante. Antes de que el hermoso fenómeno desaparezca pido un deseo para mis adentros: un tercer viaje a Laponia.

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