jueves, 6 de mayo de 2010

Tenerife








Tenerife no es únicamente un buen destino donde tostarse al sol y disfrutar de magníficas playas, como algunos pudieran pensar. La isla cuenta con un patrimonio cultural y natural increíble, además de una gastronomía riquísima; hay tanto por ver que eso de ir a la playa queda en segundo plano, al menos para los que deseen enriquecerse plenamente con el viaje. Claro que esto es siempre cuestión de gustos. Siendo la tercera vez que visitamos la isla, no entra en nuestros planes pasar mucho tiempo dándonos chapuzones, aunque un par de tardes sí que la dedicaremos a este menester. Las Teresitas es el lugar idóneo para ello, con su arena blanca traída del Sahara y un mar cristalino y reparador.
Recorremos buena parte de la isla de un extremo a otro, mientras jornada tras jornada van cayendo sabrosísimas raciones de arepas, queso frito, papas arrugás con mojo picón y hasta salchichas de un metro de longitud. No hay nada como saciar el apetito con yantares similares después de un día de prolongadas excursiones.
Para descubrir la arquitectura colonial vamos a La Orotava, Puerto de La Cruz y La Laguna, pues en estas poblaciones encontramos magníficos ejemplos de los siglos XVI y XVII, y un valle, el de La Orotava, que cautivó al célebre naturalista alemán Alexander Von Humboldt y al que hoy día acuden aficionados a la botánica de todo el mundo.
El Parque Nacional del Teide sería merecedor de un capítulo aparte, ya que es territorio de la mayor altura de España (pico Teide, 3718 mts.), y un paisaje volcánico de insuperable belleza. Cardones, alhelís, taginastes y bosques de pino canario alfombran un espacio en gran parte ocupado por paisajes lunares, como pueden ser los llanos de Ucanca o la Montaña Blanca, con los denominados Huevos del Teide, negras bombas volcánicas producto de erupciones de los siglos XVIII y XIX.
La enmarañada selva de laurisilva está presente en el agreste macizo de Anaga, al norte de la isla, cuyo acceso se realiza a través de una serpenteante carretera que finaliza en la aldea de Chamorga, muy cerca de Punta de Anaga, en la costa más septentrional de Tenerife.
En Icod de los Vinos se halla el Drago Milenario, de doce metros de perímetro en su base por quince de altura. Garachico no está lejos, una divina población de calles adoquinadas y piscinas naturales, a la que sin embargo el destino se lo puso muy difícil cuando quedó prácticamente arrasada por las erupciones del volcán Montaña Quemada, allá por el año 1706. Hacia el oeste de Garachico el litoral se vuelve salvajemente espectacular, con una verticalidad prodigiosa que adquiere su máxima expresión en el macizo de Teno y en el acantilado de Los Gigantes.
Y aún hay más en esta isla afortunada: el valle de Güimar, el Parque Natural de la Corona Forestal, la montaña de Guaza, el Roque de Jama..., espacios protegidos donde llevar a cabo espléndidas excursiones que nos harán descubrir un paisaje tan caprichoso como pleno de vida. No podría terminar el escrito sin rememorar las palabras de Humboldt tras ascender el Teide en 1799: "el contemplar un paisaje grandioso supone una de las mayores satisfacciones para el alma. El pico del Teide es para mí el ejemplo más claro de la grandeza y la belleza de la creación. Obliga al espíritu a reflexionar sobre las fuentes secretas de la actividad volcánica."

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