viernes, 14 de mayo de 2010

norte de chile












Aturdido por el cansancio de días anteriores y por el largo viaje de 2.000 kilómetros en autobús, me desperté con la felicidad que entraña el saberme en un territorio árido, sin aparentes signos de vida, poco amable con el ser humano y donde el astro rey impone su ley de fuego. Por fin, había alcanzado el norte de Chile.
Disponía de un mes entero para vagar en soledad por un territorio diríase moldeado por gigantes: desiertos, salares, altiplanos, volcanes..., todo cobraba unas dimensiones fuera de lo común; qué privilegio sentirse pequeño ante tal demostración de poderío y hostilidad por parte de la Naturaleza.
Deambulé por inhóspitos parajes fronterizos con perú y Bolivia, muy al contrario de lo que aconsejaban algunos lugareños, que me auguraban un extravío seguro, un accidente en la montaña o, en el peor de los casos, sirviendo de manjar al puma. Nada de eso sucedió, ningún contratiempo salvo los clásicos malestares producidos por alcanzar los 5.000 metros de altitud en el cerro Guane-Guane.
Ni rastro del felino, pero sí manadas de vicuñas y pequeños tornados que, con gráciles movimientos y girando sobre sí mismos recorrían la vasta estepa como almas en pena hasta perderse en lontananza. Viento y silencio aplastante como únicos compañeros de viaje en un escenario arrebatadoramente hermoso, escasamente poblado, cuajado de volcanes, bofedales y quebradas desérticas.
Los Andes, como siempre, no dejaron de sorprenderme, y en Putre o Parinacota -entre otras diminutas poblaciones- sentí la hospitalidad de quienes poco tienen que ofrecer, prestos ellos a interrogar sin malicia por sus ansias de saber cómo es Europa, porqué los de allí somos todos "ricos", cómo va el Real Madrid o el Barça este año...
En este alucinante viaje al Gran Norte, al punto más septentrional de la geografía chilena, también hubo momentos para conocer el desierto costero -el Monumento Natural La Portada es un buen lugar para ello-, allí donde el anchuroso océano Pacifíco le cierra el paso y donde se levantan algunas interesantes ciudades: Arica, Iquique y Antofagasta, dignas todas ellas para un merecido descanso tras sucesivas y extenuantes jornadas en la cordillera.



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