miércoles, 19 de mayo de 2010

Lanzarote








Es muy difícil que esta isla deje indeferente a quien la visite por vez primera. El motivo no es otro que su negruzco suelo de escoria volcánica, los mares de lava y, como no, los conos volcánicos que se yerguen por doquier. A veces, y salvando las distancias y las lógicas diferencias, uno no puede evitar compararla con islandia, al fin y al cabo las fuerzas telúricas se encargaron de engendrar a ambas, cuya huella producida hace miles de años es actualmente bien visible.
Aunque, bien pensado, no creo que toda esta maravilla natural le interese mucho a una parte del turismo extranjero, a juzgar por sus largas horas achicharrándose en la playa y los partidos de fútbol televisados en los pubs frente a una espumosa cerveza. Ya se sabe, hay gente para todo...
Pues ellos se lo pierden, porque Lanzarote y su misteriosa fisonomía de paisaje lunar no es algo que pueda contemplarse todos los días. El Parque Nacional de Timanfaya y sus Montañas de Fuego tienen fama a nivel mundial, y en los llamados Malpaís uno puede creerse que se encuentra en otro planeta. A quien los volcanes sean de su agrado, no hay duda, esta isla es la suya.
Pero hay otros motivos por los que Lanzarote es del todo recomendable: pueblitos como Yaiza o Teguise nos dejarán un agradable recuerdo de serenidad y belleza en medio de tanta desolación; los riscos de Famara impresionan por su salvaje apariencia; las obras de César Manrique, las sugerente playas y la exquisita gastronomía que puede degustarse en Arrecife, sólo por citar unos pocos ejemplos de lo que esta isla ofrece.
Aquí cobra veracidad eso de que para ver maravillas no hace falta irse al otro extremo del mundo; en cuestión de tres horas de vuelo desde Barcelona se llega a la isla negra, donde con toda seguridad al viajero se le despertarán todos los sentidos y, echándole imaginación, se creerá transportado en el tiempo y en el espacio.

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