jueves, 13 de mayo de 2010

Sicilia (II)









Proseguimos el viaje por la contradictoria Sicilia, dejando atrás en demasiadas ocasiones unas poblaciones en franca decadencia. Pero, en el momento más inesperado y entre tanta fealdad, surgen de repente lugares de notable belleza dispuestos a hechizarnos.
Tal es el caso de Agrigento, uno de esos sitios que seduce a primera vista; de hecho, antes de llegar a la ciudad, uno ya percibe que ha ido a parar a un lugar que no olvidará con facilidad. Y es que el famoso Valle de los Templos -Patrimonio Mundial por la UNESCO-, con sus solemnes ruinas griegas apostadas en lo alto de unas colinas, advierte de que el que sale de aquí defraudado es porque quiere.
Una vez en el racinto arqueológico, es fácil quedar embelesado ante los imponentes templos dóricos que, en su día, fueron parte de la considerada "ciudad más bella de los mortales", según Pindaro. Si Goethe sucumbió a la hermosura de estas ruinas no fue mera fantasía, ya que pasear entre las columnas de lo que fue el Templo de Hércules o admirar las colosales estructuras de los templos de Hera y de la Concordia no es cualquier cosa, especialmente si se tiene la suerte de acudir cuando los almendros están en flor.
La zona moderna de Agrigento, que nada tiene que ver con la antigua Akragas, si bien resulta decepcionante cuando desde lejos se vislumbran altos edificios, cambia por completo esta negativa percepción en el instante en que se deambula por la comercial Via Atenea y aledaños, pues no faltan bonitas iglesias y angostos callejones que nos sumergen en esa Italia añeja digna de cualquier postal.
El interior de Sicilia es muy diferente a todo lo que hasta ahora hemos visto. Aquí, el paisaje se vuelve más áspero y reseco, una tierra donde la presencia humana es más esporádica hasta que se llega a Enna, en el centro de la isla.
Pero si hay algo distinto a todo lo demás, todavía más espectacular y grandioso, no es otra cosa que el mítico volcán Etna. Acercarse a él por la vertiente sur, a través de una serpenteante carretera que atraviesa mares de lava ya es motivo de interés, pero ir en busca de las altuas, de los cráteres y las fumarolas cuando la nieve abunda en la montaña, cuando las densas nieblas se posan sobre ellas y nos instan a extremar las precauciones, cuando pocos son los que se aventuran por esas laderas barridas por gélidos céfiros y fantasmagóricas humaredas, eso ya es increíblemente emocionante y motivo de júbilo.

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