miércoles, 19 de mayo de 2010

Patagonia (primer viaje)






Llevo un montón de días recorriendo la Araucanía y el Distrito de los Lagos, yendo de una población a otra en pos de un cielo sin precipitaciones. Pero no, no es posible huir de las violentas tormentas que, un día sí y otro también, se desploman sobre esta parte de la Patagonia chilena.
Aguardo con resignación una bonanza climatológica que no llega nunca, y sin ella mi situación económica empeora a pasos agigantados, ya que me veo obligado a dormir en hostales y no puedo plantar la tienda de campaña en alguno de los muchos parques nacionales de la región, cosa que habría abaratado notablemente los costos del viaje. Los aguaceros son tan exagerados que a veces ni tan siquiera puedo salir del alojamiento. Puerto Montt, Osorno, Pucón... ¡Cada lugar evoca a un diluvio!
No obstante, el sur de Chile es rabiosamente hermoso: lagos por doquier, volcanes imponentes (Tronador, Puntiagudo, Lanín, Puyehue, Casablanca...), bosques de araucarias, el centelleante verdor de los prados, las construcciones de madera de apariencia nórdica, un sinfin de cascadas...
Por fin me he topado con un anticiclón de los de verdad, pero ha sido tras largos días de espera y mucho más al norte de lo deseado. Sin embargo, ahora siento que el viaje comienza a cobrar fuerza, especialmente cuando el autobús se aleja por la pista dejando tras de sí una nube de polvo. Me encuentro en un cruce de caminos, solo, sin más compañía que mi pesada mochila, a muchos kilómetros de mi objetivo, el volcán Antuco, cuya silueta cónica y nevada destaca de un cielo añil, tan puro, tan profundamente azul que parece recién pintado.
Y por fortuna continúo en soledad en mi peregrinaje por el Parque Nacional Laguna del Laja, y también en el momento de hollar la cumbre del mencionado volcán. Son jornadas en las que el silencio y el desamparo de una Naturaleza brutal te hace sentir libre y salvaje, feliz como nunca. Y en esa cima de discretas fumarolas, frente a los glaciares de Sierra Velluda, hostigado por la gelidez de un viento que no da tregua, veo la vida como un don merecedor de ser disfrutado al máximo, sin respiro. Aún no he finalizado el viaje, que ya estoy pensando en el siguiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario