lunes, 18 de enero de 2010

Castillos del Lora





Reyes, príncipes y nobles dilapidaron enormes fortunas -que en muchas ocasiones salían directamente de las arcas del Estado- por el mero hecho de construir un "château" más grande y más pomposo que el de su vecino. Cuanto más majestuoso era el castillo, mayor poder mostraba su propietario.
Con esta premisa, el Valle del Loira (centro de Francia) quedó a partir del siglo XV sembrado de suntuosas edificaciones donde tuvieron lugar adulterios, conspiraciones y, en alguna que otra ocasión, incluso asesinatos. Algunos eran habitados unos pocos días al año, en otros se organizaban cacerías en los bosques privados -algo que todavía sigue vigente-, y en muchos hubieron fiestas donde, evidentemente, acudía lo más alto de una sociedad corrompida. Pese a todo, gracias al legado de aquella época, la región del Loira es una de las más visitadas del país, pues no en vano esta fértil y hermosa tierra cuenta con una increíble concentración de castillos -a cuál más bello- en un tramo no excesivamente grande del famoso río.
Ha irrumpido la primavera como sólo ella sabe hacerlo, llena de vida, de color, dejando atrás la quietud de un invierno que a muchos desagrada. En el esplendor de esta estación seguimos el curso del Loira, desde Orleans a Angers palpando el peso de la historia, donde Juana de Arco, Leonardo da Vinci o Francisco I -por citar unos pocos- dejaron su impronta. Por cierto, hay que señalar que este valle es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y en este viaje de ensueño, capaz de transportarnos a épocas lejanas, quedamos prendados de una arquitectura que estremece incluso a los espíritus más insensibles. "Château" tras "château" (Chambord, Cheverny, Chenonceau, Azay-le-Rideau, Rigny-Ussé... y otros menos conocidos) vamos descubriendo puentes levadizos, fosos, delicados jardines, un mobiliario de valor incalculable y unas soberbias fachadas que quitan el aliento. Y todo rodeado de verdes campiñas, pueblos encantadores y el sosegado discurrir de un río que, señorial y moderadamente caudaloso, pone el broche de oro a una tierra que enamora.

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