martes, 12 de enero de 2010

Centro de Chile








Llevo días recorriendo los Andes centrales de Chile, hostigado por un sol flamígero y por la falta de humedad que deja la garganta seca como el esparto. La mochila es voluminosa y pesada, pues cargo con provisiones para un buen número de jornadas, así como de todos aquellos utensilios que necesito para moverme por la alta montaña con total autonomía. La desagradable y peligrosa deshidratación tiene lugar más veces de lo deseado y no digamos ya el tormento del astro rey, empeñado él en freirme las neuronas.
Estando en la más absoluta soledad, entre tarteras infinitas, cresteríos que se descomponen con sólo mirarlos y planicies sembradas de cactus sin una triste sombra que proporcione un escueto cobijo, uno llega a preguntarse qué narices se le ha perdido en este confín del mundo, qué sentido tiene el gastarse dinero en pos de pasar penalidades; con lo bien que se está en casita...
Pero en la comodidad del hogar se añora el viento cordillerano, gélido y seco, que vapulea a su antojo a las vulnerables paredes de nylon de mi diminuta tienda; ese estremecedor silencio, compañero inseparable durante cada noche y que sólo es roto por el gruñido de un zorro gris, el desmoronamiento de alguna que otra roca o ese mencionado céfiro. Igualmente, estando en casa, no se puede evitar el suspirar por esa sensación de libertad, aventura e incertidumbre que se obtiene al vagabundear por la extensa cordillera que como una espina dorsal atraviesa Sudamérica de norte a sur.
Así mismo, esta zona de Chile también ofrece diversos atractivos a orillas del mar, muy apropiados para relajarse cuando se viene de las altas cumbres andinas. Hay colonias de pingüinos y lobos marinos, así como pelícanos y muchas otras aves costeras. Valparaíso es tan fascinante como extraña y caótica, mientras que en Viña del Mar nos aguarda un ambiente sofisticado y mansiones por doquier. Y el océano Pacífico, siempre presente y cautivador, recuerda con nostalgia que estas aguas sirvieron de inspiración a uno de los hijos más ilustres del país: Pablo Neruda.

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