lunes, 4 de enero de 2010

Estocolmo





La luz diurna es tenue porque así lo dicta el invierno, del mismo modo que una cierta nostalgia se ha apoderado de la ciudad. Sobre ésta se despliega una intermitente cortina de copos caída desde los densos y lóbregos nubarrones. Estocolmo está envuelta por ese aire de melancolía nórdica que insta a vagar sin rumbo, a perderse durante horas pese a las bajas temperaturas.
Los meses más fríos del año realzan la belleza de esta urbe que ya de por sí es hermosa como la que más. La nieve depositada sobre los tejados, apilada en las aceras y acumulada en los parques, con el mar parcialmente helado, hace que su visita sea de ensueño, como si nos adentrásemos en un cuento de Navidad, en especial cuando vamos a Gamla Stan, la ciudad vieja.
Estocolmo tiene la particularidad de estar asentada sobre catorce islas, comunicadas entre sí por cincuenta y tres puentes. Aunque hay un sinnúmero de carriles bici, bien es verdad que también existe un cierto bullicio típico de la gran ciudad, aunque sin ser exagerado. Si esto supone un inconveniente, no hay que estresarse, porque no muy lejos se halla un archipiélago formado por 25.000 islas donde, a buen seguro, se encontrará un oasis de serenidad. De todas maneras, en esta capital -una de las más limpias y cuidadas de Europa- es muy fácil toparse con parques y bosques.
El Stadshuset (Ayuntamiento) es el edificio más emblemático, pero vale la pena echarle un vistazo al Palacio Real, al Teatro de la Ópera o a diversos palacios, iglesias y plazas. Lo que es cierto es que Estocolmo no defrauda, y si es invierno aún subyaga más al foráneo.
Tal vez, es Gamla Stan lo que nos dejará un recuerdo más imperecedero, ya que cada día hacemos una visita al conjunto medieval, lugar donde se fundó la ciudad en 1255. Es una delicia recorrer sus angostos y adoquinados callejones -como Marten Trotzigs Gränd, que con sus noventa centímetros de ancho se convierte en la calle más estrecha de Estocolmo-, así como otros pasajes en forma de túnel y viviendas señoriales de los siglos XVII y XVIII. También cabe señalar las románticas plazas de este casco antiguo, si bien en alguna de ellas corrió la sangre de los nacionalistas que se oponían al dominio danés, allá por el siglo XVI.
Estocolmo, al igual que las urbes escandinavas, es sinónimo de orden, pulcritud, espacios verdes y calidad de vida. Un ejemplo claro a imitar si queremos que nuestras ciudades sean más habitables, más humanas.

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