martes, 19 de enero de 2010

Islandia













Hemos venido a Islandia con el firme propósito de dejar llevarnos por la imaginación, guiados -como no- por las repetidas lecturas de "Viaje al Centro de la Tierra". ¿Cuántas veces habré leído la afamada obra de Julio Verne? ¿Cuatro?, ¿cinco veces?, pienso mientras iniciamos nuestro periplo islandés en Reykjavík, septentrional urbe que aún permanece dormida a primeras horas de un sábado.
Islandia pone el escenario y uno añade la imaginación, pues tan extraña y misteriosa es la isla que no cuesta mucho creerse que estamos inmersos en una aventura literaria, siendo nosotros los protagonistas de ésta y cuyo final sólo podrá desvelarse una vez concluya el viaje. Prueba de ello es el hecho de que todavía no hemos digerido un asombroso paisaje que ya estamos metidos en otro más espectacular que el anterior. Me explico. Los fiordos y su accidentada costa -casi siempre envuelta entre brumas- nos deja boquiabiertos; en ese mismo día podemos estar sobre un gigantesco glaciar y la jornada siguiente coronando un solitario volcán o perdiéndonos entre las fumarolas de Krafla. El Parque Nacional Skaftafell te hace sentir que estás en el fin del mundo cuando te encuentras rodeado de hielo y muy lejos han quedado las multitudes. Las sucesivas cataratas que hay a lo largo del país impresionan y mucho. Es patria de elfos y vikingos, de leyendas y de sagas. Muchos habitantes creen los trolls y otros habitantes de las tinieblas. El clima es impredecible, y puedes -afortunadamente- verte en la más absoluta soledad, sin que haya ningún ser humano en muchos kilómetros a la redonda. No creo que se necesiten más alicientes para hacer volar la imaginación.
Tras días y días viviendo en plena y salvaje Naturaleza, la catarata de Skógafoss pone el punto y final a este singular viaje. Como si cerrásemos definitivamente un libro, volvemos a la realidad sabedores de que hemos vivido uno de los capítulos más interesantes de nuestra existencia.

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