sábado, 9 de enero de 2010

La Palma (II)





Tal es la gran cantidad de volcanes que se concentran en la isla de La Palma que raro es el día que no ascendemos a alguno de ellos. Esos cónicos pináculos y misteriosos cráteres ejercen en nosotros una atracción irresistible, tan poderosa que nos empuja una y otra vez a asomarnos en lo que un día fue la entrada al averno. Su apariencia es ahora engañosa, pues aunque no demuestran una amenaza real es sabido que un día u otro despertarán de su letargo. Lo que no hay manera de acertar es cuándo tendrán lugar las terribles erupciones. Mientras tanto, toca admirar lo que las fuerzas telúricas han construido; esa obra a medio acabar que embellece notablemente no sólo a La Palma, sino a cada una de las islas que componen el fascinante archipiélago de las Canarias.
Santa Cruz de La Palma nos sirve de campo base, un excelente lugar donde reposar cada vez que bajamos de la montaña. Y como no podía ser de otra manera hemos convertido la capital en nuestra despensa: sepias, queso frito, papas arrugás con mojo picón y demás yantares que sólo mencionarlos se me abre el apetito.
Además de ascender volcanes también dedicamos un tiempo a visitar Los Llanos de Aridane, Puerto Naos o Los Canarios de Fuencaliente, sosegadas localidades todas ellas que, por el momento, no han sucumbido a perniciosos proyectos macrourbanísticos, aunque en Puerto Naos el negocio hotelero es más que evidente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario