jueves, 14 de enero de 2010

Roma








Roma se nos antoja ruidosa y caótica, pero también -para qué negarlo- una ciudad tan encantadora y única como difícil de olvidar. ¿Dónde sino se pueden admirar tantas fuentes monumentales, infinidad de restos arqueológicos, "piazzas" rebosantes de vida, imponentes basílicas y además descubrir el Estado más pequeño del mundo?
Hay tal exceso de puntos de interés que sería absurdo y penosamente largo enumerarlos a todos: Santa Maria Maggiore, la Basílica de San Pedro, la Piazza di Spagna, Navona, o del Campidoglio, Il Vittoriano, el Coliseo y el Foro Romano, el palazzo del Quirinale, el barrio de Trastevere...
Nuestra estancia será de una semana, y como comprobaremos al final del viaje, este tiempo será insuficiente para conocer a fondo la capital. Siempre nos sucede lo mismo: con siete u ocho días empleados en una gran ciudad no tenemos ni para empezar; ya se sabe lo que sucede cuando no dispones del tiempo necesario. Pero ello no es obstáculo para que dediquemos jornadas maratonianas a recorrer de punta a punta la afamada metrópoli. Un platazo de pasta y luego un capuchino o un "macchiato" es idóneo para recuperar fuerzas y luego continuar entre hordas de turistas -y eso que es octubre- y un tráfico denso que desde luego agobia con creces la visita.
Pese a la contaminación y al ruido, Roma siempre será eterna. Y lo será porque así lo quiso el sueño de todo un imperio; porque muchos siglos después el cine nos recordó que la urbe a orillas del Tiber está destinada a ser inmortal por los siglos de los siglos. Y porque desde hace mucho está escrito:
"Roma perdurará mientras el Coliseo siga en pie;
cuando el Coliseo caiga, también Roma caerá,
y el mundo llegará a su fin."

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