jueves, 31 de diciembre de 2009

Veintidos


"Ningún efecto procedente de la razón puede durar eternamente, porque los deseos de los hombres suelen cambiar según las influencias del cielo."
(Dante)

foto: se anuncia mal tiempo (La Seu d´Urgell)

Panamá









Los altos índices de humedad se han aliado con unas temperaturas excesivamente altas para lo que nuestros cuerpos están acostumbrados. Unos pocos pasos y ya percibimos lo que será la tónica en las siguientes jornadas: que nadaremos en sudor y, por la cuenta que nos trae, más vale que no descuidemos el tema de la hidratación. Estamos al comienzo de la época de lluvias y eso se traduce en aguaceros tan breves como violentos; de hecho, nuestra fugaz estancia en Guatemala fue obsequiada con una tormenta tropical de las buenas, de las que tienen pretensiones de diluvio universal. <>. Efectivamente, el espectacular Skyline sembrado de lucecitas en la noche panameña había dado paso a la inundación de la Avenida Balboa.
A esta caprichosa climatología se le une un tráfico denso y ruidoso y la clásica contaminación que ello conlleva. Mas damos por buenos estos relativos inconvenientes en pos de descubrir un lugar del que a priori no sabemos demasiadas cosas, a excepción del célebre canal que une el Atlántico con el Pacífico.
En primer lugar, sorprende la multitud de rascacielos que se concentran en Punta Paitilla y alrededores, y los muchos más que a día de hoy se están construyendo, señal inequívoca de que éste es un centro financiero internacional de primer orden, y que por tanto atrae a numerosos inversionistas extranjeros. Hay zonas de la ciudad que recuerdan más a Norteamérica que a un país caribeño.
Igualmente existen otros detalles que no pasan desapercibidos, como el de los estrafalarios "Diablos Rojos", los autobuses urbanos de la capital, de clara fabricación estadounidense y cuya carrocería es decorada con llamativos dibujos. El precio por tryecto es ridículo y las rutas que cubren numerosas. No obstante, para el foráneo suele resultar más práctico y también económico -en comparación a las tarifas europeas- tomar un taxi tras previo regateo si el conductor se excede en sus peticiones, o esperar al siguiente que en pocos segundos aparecerá. Una carrera dentro de la ciudad puede costar aproximadamente dos Dólares americanos. El billete de bus sale por 25 centavos de Dólar (datos de 2009).
No es difícil cruzarse en pleno centro con mujeres Kuna (originarias de la selva de Darién y el archipiélago de San Blas); las reconoceremos por sus multicolores vestimentas (molas) y sus múltiples brazaletes. Poseen un idioma propio y se calcula una población de más de 50.000 individuos. Y hablando de la selva; ésta nace de manera exuberante a las mismas puertas de la capital, como puede ser el Parque Natural Metropolitano o el Parque Nacional Camino de Cruces.
A quien sea de su agrado las compras, éste es su lugar. Un sinfín de tiendas se hallan a lo largo de Vía España, la prolongada arteria que atraviesa la urbe de este a oeste y que se convierte en la Avenida Central antes de ingresar en el casco antiguo. Calzado, ropa, prendas deportivas, aparatos electrónicos...; primeras marcas y a precios realmente interesantes pueden encontrarse en este paraíso del consumismo, prueba de ello son los enormes centros comerciales de parecido norteamericano. Y si lo que gusta es apostar fuerte, pues tampoco faltan un buen número de casinos.
Para algo más auténtico hay que acudir al casco viejo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y levantado aquí en el siglo XVII para estar a salvo de las huestes del pirata Henry Morgan, que ya hizo estragos en el anterior emplazamiento. Un cierto aire de decadencia reina en el barrio, donde aún queda mucho por restaurar pero que en los últimos años se ha hecho un notable esfuerzo por su lavado de imagen. El ritmo diario no bulle frenéticamente como en el centro de la capital, aquí fluye un sosiego que invita a tomarse un café bajo el parasol de una terraza, sin prisas, como si el tiempo se hubiese detenido por unos instantes. No está de más echarle un vistazo a las tiendas de artesanías o dedicarse al regateo en cualquiera de los tenderetes que tienen los indios Kuna. Evidentemente no hay que descuidar los edificios coloniales (Teatro Nacional, Catedral Metropolitana, iglesia de San Francisco de Asís...), ni tampoco olvidarse de la Plaza de Francia, situada sobre una pequeña península del barrio.
Lo que desde luego también resulta muy recomendable es no aventurarse al oeste del casco antiguo, ya que de inmediato comienza El Chorrillo, un distrito extremadamente peligroso -según nos aconsejaron encarnizadamente los lugareños- tomado por las "maras" o bandas de delincuentes. Nosotros tuvimos la oportunidad de pasar por allí en taxi, y lo cierto es que duele el pensar que hay gente que tiene que vivir en esas deplorables condiciones cuando a poca distancia el dinero de un capital salvaje corre en ingentes cantidades. Por si fuera poco, esta zona fue la más afectada durante los bombardeos de la ocupación estadounidense.
De todas maneras no hay que caer en la paranoia, pues Panamá, salvo unos puntos en concreto, es un país muy seguro pese a que los delitos han aumentado considerablemente en los últimos tiempos. Panamá ofrece una capital muy dinámica y unos parajes naturales de gran belleza. La calidez y hospitalidad de sus gentes hacen el resto.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Veintiuno


"Sólo las pasiones, las grandes pasiones, pueden elevar el alma humana a las grandes cosas."
(Denis Diderot)

foto: navío (Ponta Delgada, isla Sao Miguel)

Panamá (II)







Una vez hemos recorrido Panamá city, de un extremo a otro -con exceso de bochorno incluido-, llega el momento de movernos por los alrededores. Por supuesto, aquí el clima tropical es igualmente implacable, pero al menos no se padece el tráfico y el ruido de la capital, lo que ya supone un claro alivio.
Como no podía ser de otra manera, no pasamos por alto la visita al Canal de Panamá; eso sería del todo imperdonable. Uno de los puntos principales de acceso -sino el que más- son las esclusas de Miraflores, donde se haya el centro de visitantes del mismo nombre. Desde la terraza pueden contemplarse el lento paso de los navíos a través de las esclusas, mientras por babor y estribor son arrastrados por potentes locomotoras. En el cine de la planta baja se proyecta un cortometraje que repasa la historia del canal, así como hay un pequeño pero completo museo. No es que el lugar irradie una suprema belleza, desde luego que no es así, pues buques, contenedores e instalaciones portuarias no son a priori un aliciente, pero una vez aquí se toma conciencia del desmesurado trabajo que supuso realizar una de las mayores obras de ingeniería que el hombre ha sido capaz de llevar a cabo. Además, el Canal de Panamá es un clásico entre los hitos del mundo que tantas visitas recibe, por lo que encontrarse aquí ya es cumplir uno de muchos sueños.
Al Cerro Ancón vamos un par de veces, ya que se trata de un área verde muy próxima a la capital. En su base está Mi Pueblito, un museo al aire libre que muestra las construcciones típicas panameñas, afroantillanas e indígenas. La vegetación exuberante cubre buena parte de la montaña, y la cima de ésta queda coronada por una gran bandera de Panamá y un mirador desde donde se obtienen buenas vistas de la ciudad.
Para agradables paseos nada como la Causeway o Calzada de Amador, una lengua de tierra extraída del Canal de Panamá por los norteamericanos y que une las islas Flamenco, Perico y Naos. Tiempo atrás fue una base militar estadounidense, pero como el resto que están diseminadas por el país -y que algunas de ellas tuvimos ocasión de observar desde la carretera- ha pasado a uso civil y hoy día es un centro de ocio muy apreciado por los capitalinos.
Por ser lunes, pocos -casi nadie- transitan, corren o patinan por las rectilínias aceras de la Causeway. Las numerosas terrazas han enmudecido tras el prolongado bullicio del reciente fin de semana. El ferry a isla Taboga suponemos que zarpará con contados pasajeros, ya que hoy, además de ser laborable amenaza con aguaceros a raudales, a juzgar por los tétricos nubarrones que vienen formándose desde primera hora de la mañana. Sin embargo, la ausencia de gente y la quietud del mar a ambos lados del itsmo convida al placentero paseo. Algunos veleros se mecen levemente en la pequeña bahía de la isla Flamenco; un mercante acaba de abandonar el famoso canal y en lenta pero constante singladura se dirige hacia mar abierto; a lo lejos, el Puente de las Américas yergue orgulloso su mastodóntica estructura curvilínea de acero; más lejos todavía, los rascacielos de la city permanecen impasibles ante la pegajosa calima que los envuelve. De súbito, las inacabables hileras de palmeras se agitan en claro presagio de que la tormenta ya está aquí, de que hay que buscar cobijo antes de que se presente un nuevo diluvio.
Las ruinas de Panamá Viejo se esparcen sobre la alfombra de césped como el esqueleto de un dinosaurio. Fue grande y próspera la ciudad levantada por los españoles en el siglo XVI, el primer asentamiento estable de la colonia a orillas del Pacífico. La fundación corrió a cargo del cruel Pedrarias Dávila, ubicando dicho enclave en una zona de manglares habitada por pescadores indígenas. Por aquí pasó el oro que se extraía de Perú, cosa no inadvertida por el pirata Henry Morgan, que junto con sus secuaces saquearon e incendiaron la que fue Nuestra Señora de la Asunción de Panamá. Lo que ahora se contempla es un vago recuerdo de lo que llegó a ser, pues si bien el recinto arqueológico es bastante extenso, a penas queda algo que se parezca a un edificio, a excepción de la torre de la catedral y un convento; por lo demás, porciones de muros en pie y bloques de piedras aquí y allá, evidenciando el éxito y el declive del otrora imperio español.

Veinte


"Si te aceptan, no lo consideres un triunfo. Si te rechazan, no te sientas nunca vencido."
(Farîd-Ud-Din´Attar)

foto: Andorra future (Andorra la Vella)

Los Alpes franceses (II)









Para los amantes de los grandes espacios es todo un privilegio que en Europa exista una cordillera tan extensa y elevada como son los Alpes, pero si además tenemos en cuenta que gran parte de esas montañas se encuentran en territorio francés, entonces es un lujo añadido para los que vivimos al sur de los Pirineos pues, como aquél que dice, al lado de casa tenemos un terreno de juego casi inabarcable. Con ganas e imaginación se puede dedicar toda una vida a conocer a fondo la zona alpina ubicada en terreno galo, de hecho no son pocos los que invierten tiempo y dinero a este menester, conscientes ellos de que tal escenario da para mucho.
El abanico de posibilidades es tan grande que merece la pena no abrazar todo el conjunto de golpe, sino ir zona por zona, como haríamos ante un delicioso manjar, que en lugar de comerlo de un bocado se hace necesario degustarlo lentamente, para regocijo de nuestro paladar y evitar así un empacho imprudente. Los Alpes, como cualquier rincón del planeta, hay que tomarlo así, con serenidad y dedicación; sólo de esta manera llegaremos a conocer a fondo tal o cual paraje, pueblo, macizo o región.
Si comenzamos por el Parque Nacional de los Écrins nos encontraremos con 12.000 hectáreas de glaciares, bosques e imponentes cumbres como La Barre des Écrins (4.101 mts.), Dôme de Neige des Écrins (4.015 mts.), Pic de Neige Cordier (3.614 mts.), La Meije (3.983 mts.), la Aiguille Dibona (3.131 mts.) y tantas otras capaces de colmar las ansias del más avezado de los montañeros. Igualmente, son numerosas las cascadas para practicar la escalada glacial (varias estupendas guías editadas en francés dan fe de ello), e innumerables los senderos que recorrer de un extremo a otro un parque que recibe miles de visitantes durante la época estival.
Tal vez no es tan célebre el Parque Nacional de la Vanoise, pero nada tiene que envidiar al primero de ellos, y por el contrario, aunque frecuentado, no se agolpan aquí masas ingentes de turistas ni siquiera en pleno verano. Por ello, y porque la flora y fauna es muy abundante, es un lugar de visita obligada. No faltan acogedores refugios en lugares estratégicos, ni bellos pueblecitos de montaña, así como escarpadas cimas, cientos de rutas de escalada y hermosos glaciares. Tampoco faltan vestigios de las dos guerras mundiales (la Línea Maginot es un buen ejemplo), y fuera de los senderos habrá que extremar las precauciones porque aún quedan muchos obuses por explotar. No es broma, nosotros fuimos testigo de uno de ellos y tuvimos que dar la localización exacta a los gendarmes; días antes habíamos presenciado como el ejército hacía explotar un artefacto en las proximidades del Col de la Masse.

Diecinueve


"A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos."
(Lope de Vega)

foto: Parc Olímpic del Segre (La Seu d´Urgell)

Los Alpes franceses









Dejando a un lado los fabulosos parques nacionales de Écrins y Vanoise -de los que ya se habló en el capitulo anterior-, dentro del enorme conjunto que conforman los Alpes franceses descubriremos otros puntos de indiscutible belleza que no hay que pasar por alto bajo ningún pretexto.
A orillas del Mediterráneo, allá donde la cordillera se desploma sobre el mar, ya se advierten precipicios que más al norte acabarán convirtiéndose en colosales montañas. Calanques, Destel, Sainte-Victorie y otros promontorios rocosos de la Costa Azul es paraíso de escaladores, por no mencionar el mayor cañón de Europa: las "gorges du Verdon", en Provenza. Luego, al este del caudaloso Ródano, aparece la zona de Mercantour y Queyras; el Dauphiné con el Vercors y los alrededores del Monte Thabor, y ya más al norte las dos Saboyas, donde tiene lugar el más formidable de los bastiones montañosos: el macizo del Mont Blanc.
Es precisamente aquí, en el techo de Europa -con permiso del Elbrus-, donde se levanta una extraordinaria sucesión de cumbres que superan los cuatro mil metros de altitud, así como numerosos glaciares, un sinfín de agujas graníticas y grandes paredes donde se forjó la historia del alpinismo (los Drus, las Droites, las Grandes Jorasses...) No hay más que echarle un breve vistazo al libro "El macizo del Mont Blanc", de Gaston Rébuffat -convertido en todo un clásico-, para darse cuenta de que nos hallamos ante montañas de envergadura en uno de los paisajes más famosos del mundo.
Chamonix, a orillas del río Arve, es la capital alpina por excelencia, agradable mientras se eviten las aglomeraciones de verano, repleta de cafés, tiendas de souvenirs y de montaña, tan bonita como para relajarse antes del asalto a las cimas o cuando ya se está de vuelta de ellas, pues una espumosa cerveza acostumbra a ser perfecta para brindar por la actividad acometida.
Desde Grenoble a Ginebra hay numerosas localidades dignas de ser visitadas, si bien una destaca por su belleza y exquisita ubicación: Annecy se asienta a la vera del lago homónimo, plácido y enorme, mientras diversos canales y puentes con jardineras endulzan la villa medieval. Ni qué decir tiene que circundando por entero el lago nos toparemos con algún que otro castillo, entrañables aldeas, pistas asfaltadas para uso exclusivo de ciclistas y peatones, bosques profundos, campos de girasoles y diversas áreas de escalada.
En resumidas cuentas, los Alpes franceses albergan miles de posibilidades para todos los gustos, ya sea uno turista, montañero, esquiador, ciclista, fotógrafo, naturalista empedernido o un poco de todo. Sea como fuere, cerca de casa siempre tendremos ese idílico rincón de Europa dispuesto a sorprendernos una vez más.

martes, 29 de diciembre de 2009

dieciocho


"El verdadero héroe de algunas obras literarias es el lector que las aguanta."
(Sergio Golwarz)

foto: mar de ventanas (Barcelona)

Baden-Württemberg






Kilómetro a kilómetro vamos adentrándonos en el Estado Federal de Baden-Württemberg, en el sudoeste de Alemania. De momento, las autopistas no son todo lo buenas que nos imaginábamos, pues un mosaico de parches sustituyen lo que tendría que ser un asfaltado general; además, se salva un desnivel del 6% en un trazado de continuas subidas y bajadas, y por supuesto las áreas de servicio no son ni de lejos como las francesas. Sin embargo, sabemos que es cuestión de tiempo el toparnos con aquellas amplias "autobahn" que fueron concebidas como pistas de despegue para los aviones de la Lutwaffe, allá en los años treinta del siglo pasado.
Con un bucólico decorado de verdes campiñas y clásicos pueblecitos centroeuropeos llegamos a Stuttgart, primero perdiéndonos una y otra vez en los soterrados cinturones de acceso, y luego descubriendo una urbe sin demasiados atractivos pero densamente poblada de árboles; creo recordar que en algún lugar leí que ésta era la ciudad más arbolada del mundo.
Pero si por alguna cuestión en concreto hemos venido a Stuttgart esa no es otra que la obsesión de mi hermano por los coches, ya que aquí pueden visitarse los museos de la Mercedes-Benz y Porsche, siendo el primero realmente espectacular y muy interesante incluso para aquellos que no sientan un gran interés en el tema, como le sucede a un servidor. También es cierto que el ambiente industrial que se respira en el modesto camping donde nos alojamos no seduce demasiado -más bien dan ganas de largarse cuanto antes-, pero con un poquito de paciencia sacaremos provecho paseando por Königstrasse (la principal calle comercial) y las céntricas Schilerplatz y Schlossplatz. Cabe destacar el Neues Schloss, antigua residencia de los reyes Friedrich I y Wilhem I, el Alexander Calder´s Mobile -una esperpéntica escultura que costó una burrada-, y el sempiterno emblema de la Mercedes presidiendo la pétrea torre de la estación central de trenes.
Dejando ya muy atrás el anchuroso río Neckar tomamos rumbo sur hacia el lago Constanza o Bodensee, fronterizo con Suiza y Austria, cuyas aguas bañan la ciudad de Friedrichshafen. Esta población es conocida porque alberga el extraordinario Zeppelin Museum, donde se halla una reconstrucción parcial de la nave, con sus camarotes, lavabos y restaurante. Pueden contemplarse motores, hélices, uniformes de pilotos, condecoraciones y documentación de la época, incluso existe una colección de Maybach, unos impresionantes vehículos clásicos que pertenecieron a gente muy pudiente.
Rodeando buena parte del lago, y habiendo dormido plácidamente a su vera, pasamos un día en Constanza, población a orillas de la homónima extensión lacustre y que cuenta con unos 76.000 habitantes. Su casco antiguo está muy bien conservado, con edificios barrocos y calles peatonales. Sin embargo, lo que más llama la atención es Imperia, una prostituta convertida en voluptuosa y gigantesca escultura que gira sobre si misma a orillas del lago y que fue inmortalizada por Honoré de Balzac.
El decorado tierra adentro es digno de postal: viñedos, casitas por aquí y por allá, prados de hierba, carriles bici. En cambio, hacia el oeste la región se vuelve más sombría y misteriosa, especialmente durante el crepúsculo y en días brumosos y de lluvia, como el que nos ocupa. Estamos en la Selva Negra (Schwarzwald) reino del bosque de coníferas, denso y caldo de cultivo para las leyendas.
Tendríamos un mejor recuerdo de Friburgo si los prolongados aguaceros nos hubiesen dado un respiro; pero no, no fue así y no quedó más remedio que acabar calados pese a llevar paraguas. Una vuelta a todo el perímetro adoquinado de la imponente catedral y las cámaras fotográficas apuntan luego a otros singulares objetivos, como el edificio del Historisches Kaufhaus, la fuente Bertoldsbrunnen, Rathaus Platz, y por supuesto Martinstor, la única puerta de la ciudad que ha sobrevivido: una altiva torre con reloj incorporado en la fachada principal y cuya base presenta una arcada donde transita el tráfico rodado.
Para poner el broche final a nuestras andanzas por esta parte de Alemania, nada mejor que una concisa singladura por el majestuoso Rin.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Diecisiete


"El silencio es un amigo que jamás traiciona."
(Confucio)

foto: río Duero (Portugal)

Véneto









Atrás ha quedado Venecia y su poderoso influjo; un hermoso recuerdo de callejuelas y canales donde la bruma de otoño se posa día tras día. Otro sueño más llevado a la realidad. Pero el viaje sigue, como la vida misma, con la vista puesta en otros horizontes, sin detenernos y con otros sueños por cumplir.
No hace falta alejarse mucho de la ciudad de los canales para descubrir que en la misma región hay un exceso de atractivos y que uno podría dedicarle una buena temporada a la exploración. El Véneto comprende desde majestuosas montañas a ciudades señoriales, de plácidos lagos a escondidas aldeas. Por todo ello, un viaje centrado únicamente en la región, sin traspasar sus fronteras, está más que justificado.
Si Treviso es la "città d´acqua" y se la considera la hermana pequeña de Venecia -muy bonita, por cierto-, Padua imprime una fuerte personalidad gracias a ser urbe estudiantil desde antaño, no en vano posee la segunda universidad más antigua del país, donde ni más ni menos impartió clases Galileo Galilei. Pero además, Padua es un importante centro de peregrinaje, ya que los restos de San Antonio (patrón de la ciudad) reposan en la sublime basílica de agujas y cúpulas bizantinas. Hermosas plazas adornan el siempre animado casco antiguo, y no faltan ni los buenos cafés ni las deliciosas pizzas "al taglio".
Verona es otro de los platos fuertes de la zona, tan difícil de obviar como luego de olvidar. Su imagen ha quedado para siempre unida a Romeo y Julieta -los enamorados más universales de cuantos haya-, y cuyo drama plasmó magistralmente William Shakespeare. La tumba de la desdichada Julieta, así como su casa y el famoso balcón, pueden visitarse, aunque habrá que tener paciencia con las multitudes, especialmente en la vivienda-museo. La arena romana, un anfiteatro construido en mármol rosado en el siglo I, da paso a las calles más comerciales, algunas de las cuales desembocan en la "piazza delle Erbe", rodeada ésta de palacetes y torreones. El río Adigio se encoje como una serpiente, justo al pasar por el casco urbano, sin que falte algún que otro fotogénico puente, así como más restos romanos, más "palazzos" y más iglesias.
El Lago di Garda está a tiro de piedra de Verona, y hacia el este, camino de Padua, nos encontramos con Vicenza, donde destaca la magna obra del arquitecto renacentista Palladio. Por si todo esto no fuese suficiente, al norte del Véneto se hayan los vertiginosos Dolomitas, un escenario natural que quita el aliento.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Dieciseis


"Lo que hacemos nunca es comprendido, sino elogiado o censurado."
(Nietzsche)

foto: calle solitaria (La Seu d´Urgell)