lunes, 21 de diciembre de 2009

Tallinn





Huyendo del tórrido verano mediterráneo emigramos a regiones mucho más septentionales, con la clara finalidad -entre otras varias razones-, de encontrar un estío fresquito, allí donde las altas temperaturas y la bochornosa humedad no se dan cita.
Sin embargo, la noche de Tallinn nos recibe más calurosa de lo imaginado. Es madrugada del sábado y las terrazas están llenas a rebosar en el barrio de Vanalinn, o lo que es lo mismo, la ciudad medieval. En un país acostumbrado a los rigores del largo invierno es motivo de alegría la llegada del buen tiempo. Por ello, y porque ya no tienen que sufrir el yugo soviético, las noches veraniegas en la capital de Estonia poseen un ambiente ocioso muy similar al que estamos acostumbrados en nuestra tierra.
Pero en Tallinn hay algo que llama la atención del viajero curioso, y es precisamente la transición entre el pasado comunista de edificios grises e insulsos de la clase trabajadora -no hay más que alejarse del centro para hallarlos-, y ese capitalismo que emerge con fuerza en forma de modernos rascacielos de cristal y acero. Dos extremos bien diferenciados entre sí, que sin embargo no eclipsan para nada la belleza del casco antiguo.
Raekoja Plats (s. XII) es el corazón de Vanalinn -el casco antiguo- una extensa plaza rodeada de armoniosos edificios de tejados inclinados, así como el Ayuntamiento o el de la Raepteek, una farmacia que data de 1442. Hay también un sinfín de viejas calles adoquinadas que son una delicia recorrer con parsimonia, todas ellas rodeadas por una muralla de casi dos kilómetros de longitud y salpicada por veinticinco torres fortificadas. Igualmente, no hay que olvidar la espigada iglesia de San Olaf, muy cerca de los antiguos cuarteles del KGB, ni la imponente Alexander Nevski, catedral ortodoxa de tiempos zaristas que se eleva majestuosa sobre la colina de Toompea.
Un tiempo anticiclónico nos acompañará por el resto del país. Pero eso ya es otra historia...

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