miércoles, 16 de diciembre de 2009

Laponia finlandesa










Caen las primeras nieves en el Ártico finlandés, anunciando así la proximidad del Kaamos, como denomina el pueblo sami a la época invernal. Pero de momento estamos inmersos en pleno otoño, por lo que aún disponemos del suficiente margen de luz natural para encontrar a tiempo las diferentes cabañas donde vamos resguardándonos en las noches gélidas. Además, durante estos meses se tiene la oportunidad de contemplar el contraste de colores del bosque de coníferas reflejándose en miles de lagos, lo que ya supone de por sí un espectáculo maravilloso.
Así de sencilla es nuestra vida en la Laponia finlandesa. Desde que hemos partido de Rovaniemi las jornadas se reducen a encontrar el itinerario correcto -primero en la taiga y luego en la tundra- en los fabulosos parques nacionales fronterizos con la vecina Rusia. Deambulamos en permanente soledad -a excepción de algunas manadas de renos y algún que otro alce-, ya que durante esta época el turismo brilla por su ausencia. Antes de que la oscuridad sea total y las bajas temperaturas terminen por congelar el entorno ya estamos sumidos en el agradable confort que proporcionan los refugios de madera, con sus ventanas dobles y el siempre acogedor crepitar del leño que vela por nuestros sueños más profundos.
Fuera, en la insondable oscuridad de una misteriosa intemperie, centellean por millones los luceros en la magnitud del espacio. El búho nival me avisa de su presencia cuando en mitad de la noche salgo a orinar a una cabañita anexa levantada a tal efecto. Y es en ese preciso instante cuando, atrapado por la magia de un silencio estremecedor y pese al frío reinante, decido merodear un rato por el bosque, como si fuese una criatura más de este escenario boreal. Sé que el lobo y el oso pardo andan por estas regiones, provenientes de la cercana Rusia y desplazándose con total libertad por la inmensidad de la taiga. Como cabía esperar, no me tropiezo con ningún ejemplar, huidizos como son y conscientes ellos de cómo se las gasta el ser humano.
Y así van pasando los días, deambulando en un mar de coníferas unas veces y otras sintiendo el desamparo de la salvaje tundra, yendo de cabaña en cabaña con los víveres a cuestas y estando en pleno contacto con una Naturaleza a la que hay que respetar como nuestra propia vida.
No obstante, también hay lugar para conocer lo que la civilización depara por estas latitudes. En Rovaniemi es de visita obligada el Artikum, museo dedicado a las regiones árticas, así como la entrañable aldea de Santa Claus, ocho kilómetros al norte de la ciudad, ya en el Napapiiri, o lo que es lo mismo, el Círculo Polar Ártico. Poblaciones como Kuusamo, Kemijärvi o Saariselkä, agradables todas ellas, no poseen atractivos que las haga únicas, pero son bases excepcionales donde partir en busca del Gran Norte finlandés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario