martes, 29 de diciembre de 2009

Baden-Württemberg






Kilómetro a kilómetro vamos adentrándonos en el Estado Federal de Baden-Württemberg, en el sudoeste de Alemania. De momento, las autopistas no son todo lo buenas que nos imaginábamos, pues un mosaico de parches sustituyen lo que tendría que ser un asfaltado general; además, se salva un desnivel del 6% en un trazado de continuas subidas y bajadas, y por supuesto las áreas de servicio no son ni de lejos como las francesas. Sin embargo, sabemos que es cuestión de tiempo el toparnos con aquellas amplias "autobahn" que fueron concebidas como pistas de despegue para los aviones de la Lutwaffe, allá en los años treinta del siglo pasado.
Con un bucólico decorado de verdes campiñas y clásicos pueblecitos centroeuropeos llegamos a Stuttgart, primero perdiéndonos una y otra vez en los soterrados cinturones de acceso, y luego descubriendo una urbe sin demasiados atractivos pero densamente poblada de árboles; creo recordar que en algún lugar leí que ésta era la ciudad más arbolada del mundo.
Pero si por alguna cuestión en concreto hemos venido a Stuttgart esa no es otra que la obsesión de mi hermano por los coches, ya que aquí pueden visitarse los museos de la Mercedes-Benz y Porsche, siendo el primero realmente espectacular y muy interesante incluso para aquellos que no sientan un gran interés en el tema, como le sucede a un servidor. También es cierto que el ambiente industrial que se respira en el modesto camping donde nos alojamos no seduce demasiado -más bien dan ganas de largarse cuanto antes-, pero con un poquito de paciencia sacaremos provecho paseando por Königstrasse (la principal calle comercial) y las céntricas Schilerplatz y Schlossplatz. Cabe destacar el Neues Schloss, antigua residencia de los reyes Friedrich I y Wilhem I, el Alexander Calder´s Mobile -una esperpéntica escultura que costó una burrada-, y el sempiterno emblema de la Mercedes presidiendo la pétrea torre de la estación central de trenes.
Dejando ya muy atrás el anchuroso río Neckar tomamos rumbo sur hacia el lago Constanza o Bodensee, fronterizo con Suiza y Austria, cuyas aguas bañan la ciudad de Friedrichshafen. Esta población es conocida porque alberga el extraordinario Zeppelin Museum, donde se halla una reconstrucción parcial de la nave, con sus camarotes, lavabos y restaurante. Pueden contemplarse motores, hélices, uniformes de pilotos, condecoraciones y documentación de la época, incluso existe una colección de Maybach, unos impresionantes vehículos clásicos que pertenecieron a gente muy pudiente.
Rodeando buena parte del lago, y habiendo dormido plácidamente a su vera, pasamos un día en Constanza, población a orillas de la homónima extensión lacustre y que cuenta con unos 76.000 habitantes. Su casco antiguo está muy bien conservado, con edificios barrocos y calles peatonales. Sin embargo, lo que más llama la atención es Imperia, una prostituta convertida en voluptuosa y gigantesca escultura que gira sobre si misma a orillas del lago y que fue inmortalizada por Honoré de Balzac.
El decorado tierra adentro es digno de postal: viñedos, casitas por aquí y por allá, prados de hierba, carriles bici. En cambio, hacia el oeste la región se vuelve más sombría y misteriosa, especialmente durante el crepúsculo y en días brumosos y de lluvia, como el que nos ocupa. Estamos en la Selva Negra (Schwarzwald) reino del bosque de coníferas, denso y caldo de cultivo para las leyendas.
Tendríamos un mejor recuerdo de Friburgo si los prolongados aguaceros nos hubiesen dado un respiro; pero no, no fue así y no quedó más remedio que acabar calados pese a llevar paraguas. Una vuelta a todo el perímetro adoquinado de la imponente catedral y las cámaras fotográficas apuntan luego a otros singulares objetivos, como el edificio del Historisches Kaufhaus, la fuente Bertoldsbrunnen, Rathaus Platz, y por supuesto Martinstor, la única puerta de la ciudad que ha sobrevivido: una altiva torre con reloj incorporado en la fachada principal y cuya base presenta una arcada donde transita el tráfico rodado.
Para poner el broche final a nuestras andanzas por esta parte de Alemania, nada mejor que una concisa singladura por el majestuoso Rin.

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