jueves, 17 de diciembre de 2009

Buenos Aires





"Mi Buenos Aires querido..." Casi involuntariamente esa nostálgica estrofa surge de mis labios al recordar nuestro paso por la capital argentina. En cuatro ocasiones la hemos visitado, tantas veces como hemos recorrido el país de Maradona, del corralito, de los gauchos, del mate y un sinfín de singularidades más.
Buenos Aires es una de las grandes urbes latinoamericanas con más apariencia europea; admirando sus edificios uno puede llegar a convencerse de que se encuentra en alguna avenida de París o Madrid. Pero ante todo, Buenos Aires levanta pasión y, por qué no admitirlo, incluso adicción.
No hay duda de que la magia que envuelve a la capital porteña sea consecuencia de los más dispares escenarios que allí pueden encontrarse: La Boca, el colorido vecindario a orillas del Riachuelo, fue residencia de muchos inmigrantes italianos y españoles durante mediados del siglo XIX. Las casitas de chapa de mil colores de este arrabal, los esqueletos de navíos varados en una mezcla de grasa y fango y, por supuesto, Caminito -célebre tango- atrae a tropeles de turistas.
Muy próximo se encuentra el estadio del Boca Juniors, cuna del semi-Dios Maradona, a quien se le tiene una devoción que va más allá de toda lógica. No es difícil asistir en una céntrica calle a un espectáculo de sensual tango, interpretado por una esbelta pareja enfundada en negro riguroso. Las Madres de la Plaza de Mayo se manifiestan cada semana para saber el paradero de sus hijos desaparecidos durante la dictadura miltar de 1976-1983, y la Casa Rosada parece dar la espalda a las insistentes quejas de esas valientes mujeres de corazón desgarrado.
A Puerto Madero se va a pasear, o en todo caso a degustar buen asado. El Placio del Congreso intenta demostrar el poderío de esta nación, y los poderosos que un día pasaron por allí y otros ilustres personajes descansan para siempre en el cementerio más caro y glamuroso de Argentina, el de la Recoleta. La Avenida Corrientes es una especie de Broadway, mientras que la Avenida 9 de Julio es, según los porteños, la más ancha del mundo. El Teatro Colón, los históricos cafés, los pasajes subterráneos, las numerosas librerías, los barrios de Palermo, San Telmo, Belgrano..., los mercadillos al aire libre, las facturas y las medialunas (dulces y croissants), la cocina italiana y la carne de vacuno, las exclusivas galerías comerciales y una arquitectura de lo más europea justifican una prolongada estancia en Buenos Aires. La cordialidad y hospitlidad de los argentinos hace que este país, esta ciudad, le robe a uno el corazón para siempre.
Tal vez, de alguna manera, mi vinculación con Argentina ya estuvo predestinada desde la más tierna infancia, pues mi apreciado abuelo Salvador me cantaba tangos de Carlos Gardel hasta que el sueño me vencía en la cuna.
"Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver no habrá más pena ni olvido..."

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