miércoles, 30 de diciembre de 2009

Los Alpes franceses









Dejando a un lado los fabulosos parques nacionales de Écrins y Vanoise -de los que ya se habló en el capitulo anterior-, dentro del enorme conjunto que conforman los Alpes franceses descubriremos otros puntos de indiscutible belleza que no hay que pasar por alto bajo ningún pretexto.
A orillas del Mediterráneo, allá donde la cordillera se desploma sobre el mar, ya se advierten precipicios que más al norte acabarán convirtiéndose en colosales montañas. Calanques, Destel, Sainte-Victorie y otros promontorios rocosos de la Costa Azul es paraíso de escaladores, por no mencionar el mayor cañón de Europa: las "gorges du Verdon", en Provenza. Luego, al este del caudaloso Ródano, aparece la zona de Mercantour y Queyras; el Dauphiné con el Vercors y los alrededores del Monte Thabor, y ya más al norte las dos Saboyas, donde tiene lugar el más formidable de los bastiones montañosos: el macizo del Mont Blanc.
Es precisamente aquí, en el techo de Europa -con permiso del Elbrus-, donde se levanta una extraordinaria sucesión de cumbres que superan los cuatro mil metros de altitud, así como numerosos glaciares, un sinfín de agujas graníticas y grandes paredes donde se forjó la historia del alpinismo (los Drus, las Droites, las Grandes Jorasses...) No hay más que echarle un breve vistazo al libro "El macizo del Mont Blanc", de Gaston Rébuffat -convertido en todo un clásico-, para darse cuenta de que nos hallamos ante montañas de envergadura en uno de los paisajes más famosos del mundo.
Chamonix, a orillas del río Arve, es la capital alpina por excelencia, agradable mientras se eviten las aglomeraciones de verano, repleta de cafés, tiendas de souvenirs y de montaña, tan bonita como para relajarse antes del asalto a las cimas o cuando ya se está de vuelta de ellas, pues una espumosa cerveza acostumbra a ser perfecta para brindar por la actividad acometida.
Desde Grenoble a Ginebra hay numerosas localidades dignas de ser visitadas, si bien una destaca por su belleza y exquisita ubicación: Annecy se asienta a la vera del lago homónimo, plácido y enorme, mientras diversos canales y puentes con jardineras endulzan la villa medieval. Ni qué decir tiene que circundando por entero el lago nos toparemos con algún que otro castillo, entrañables aldeas, pistas asfaltadas para uso exclusivo de ciclistas y peatones, bosques profundos, campos de girasoles y diversas áreas de escalada.
En resumidas cuentas, los Alpes franceses albergan miles de posibilidades para todos los gustos, ya sea uno turista, montañero, esquiador, ciclista, fotógrafo, naturalista empedernido o un poco de todo. Sea como fuere, cerca de casa siempre tendremos ese idílico rincón de Europa dispuesto a sorprendernos una vez más.

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